(Artículo publicado en la Revista Alboan)
En septiembre de 2005 el huracán Katrina se cebó en la ciudad estadounidense de Nueva Orleans ocasionando más de mil muertos, según recuentos posteriores. Los aparentes motivos de dicha catástrofe, que afectaron sobre todo a la población excluida, pueden resumirse en la negligencia e incapacidad de las autoridades para prever los hechos y en su incompetencia posterior para actuar con cierta diligencia.
A pesar de haber causado un enorme daño en la imagen de la administración Bush, esta catástrofe es un ejemplo más de un acontecimiento narrado y mostrado a través de los mass media como si de un relato fílmico se tratara; contó con un prólogo, discurrió en antena durante varias semanas y mostró un desenlace que se cerró cuando alguien decidió olvidarlo. Hoy ya nadie habla de la situación de los miles de ciudadanos que quedaron sin hogar. Hoy ya nadie recuerda que los diques que protegen la ciudad resultaron dañados y se encuentran en peor estado que antes del Katrina. Hoy ya nadie se sitúa en el enfrentamiento que surgió entre el alcalde de la ciudad y la administración de Washington.
Las noticias sobre catástrofes en los medios de comunicación refuerzan con frecuencia la idea de esa información efímera, muy común en nuestros días, marcada por la dinámica de constante renovación y búsqueda de nuevos alicientes para la audiencia. Además, se presenta como una fácil excusa para desviar la atención sobre los últimos responsables, cargando sobre la naturaleza todo protagonismo sobre lo acaecido.
Por lo menos, en Nueva Orleans el mundo tuvo la oportunidad de ver lo que allí sucedía a pesar de las presiones del gobierno de aquel país a las cadenas de televisión para que no redundaran en dicha información. Mientras en los países del Norte vivimos en un estado de información total que, aunque muchas veces vacía, manipulada y reiterada, muestra parte de ese escenario de tragedia, en el Sur una catástrofe de igual magnitud puede pasar perfectamente silenciada y no figurar en las agendas temáticas de las grandes agencias de prensa.
Uno de los handicaps con los que se encuentra la información sobre catástrofes y emergencias es la intensificación de algunos elementos que ya habitualmente son agentes empobrecedores del flujo informativo. La cantidad de nuevos datos y la rapidez con la que se agolpan en las redacciones son dos características que se reproducen en este modelo de información de crisis (emergencias, catástrofes, relevantes sucesos, etc.). Una vez más los medios de comunicación se encuentran alimentando el mito del “directo”, del modelo CNN que hace segregar adrenalina a los espectadores, funciona de polo de atracción para otros contenidos limítrofes y aumenta las ventas de periódicos y las audiencias de televisión. Todo acontecimiento que pervive sólo gracias al directo no profundiza en sus causas, no muestra su contexto y por lo tanto no permite transmitir una idea más cercana a la verdad.
Ignatieff dijo que corremos el peligro de convertirnos en “voyeurs del sufrimiento ajeno” y precisamente una catástrofe es terreno abonado para la manipulación de los sentimientos y de las emociones del mirón. Los medios de comunicación necesitan del factor humano para narrar historias. La utilización de “actores” reales da más fuerza a lo que se cuenta pero a la vez amarillea el discurso. Algunas ONGD han empleado en la publicidad reiteradamente el discurso de la tragedia y el “miserabilismo” para engrosar sus listas de socios y captar fondos. En la era posmoralista de implicación hipodérmica y “solidaridad de sillón” estas técnicas comunicativas han funcionado bien pero no han penetrado en la raíz del problema.
Una comunicación sobre catástrofes también debe ser transformadora. Si pretende ser veraz y acercarse a la objetividad no puede centrar su discurso exclusivamente en las imágenes. La contextualización de los hechos y la insistente labor en buscar las responsabilidades de dicho acontecimiento han de suponer parte muy importante de la noticia. En este tipo de informaciones resulta muy sencillo y peligroso dejarse llevar por una marea de sensaciones y sentimientos que es pasajera. Va a ser necesaria una reflexión más medida y racional que nos invite a volver al lugar cuando la actualidad se haya devorado lo que allí sucedió y el fulgor dé paso al olvido.
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