El ser humano vuelve a tropezar mil veces en la misma piedra. Los neurólogos clasifican la memoria en inmediata, reciente y remota. Las dos primeras son aquellas que se refieren a los recuerdos de los acontecimientos más cercanos, los que han sucedido hace muy poco tiempo. Los humanos tenemos altamente desarrollada la capacidad de olvidar los hechos que transcurrieron en el pasado, a veces próximo. Nuestra capacidad de olvido es en ocasiones selectiva, en otras necesaria y también interesada. Cabría analizar cuando el olvido sucede por alguna de esas razones y por qué.
Hace dos años el inicio de septiembre se vio sacudido por la imagen de Aylan Kurdi, un niño sirio que se ahogó junto a su familia y cuyo cuerpo apareció en una playa turca. La fotografía obtenida por la fotógrafa Nilüfer Demir fue rápidamente vendida a la agencia Reuters que la difundió por el mundo. La repercusión e impacto que causó aquella instantánea en aquel momento fue tal que, como siempre, parecía que iba a movilizar y a cambiar las cosas. Desde aquel día casi nueve mil personas más han perdido la vida o han desaparecido, según estimaciones de ACNUR, en aguas del Mediterráneo intentando huir de la pobreza o de la guerra en busca de una vida supuestamente mejor.
Los mensajes mediáticos y los que circulan por las redes sociales intensifican cada vez más la dimensión emocional y mitigan o disuelven la posterior reflexión racional. Para que un hecho genere interés en nosotros ha de suscitar previamente alguna emoción ya que sólo así conseguirá involucrarnos, pero cuando la mayoría de los mensajes o imágenes que recibimos están cargados de esa intensidad emocional pierden su fuerza. La inmediatez y superposición incansable de acontecimientos noticiosos cuya narración está basada en sobresaltos, espectáculo y sensaciones acaba por atrofiar la sorpresa en nuestra capacidad de respuesta. Y si no genera sorpresa no se recuerda, o por lo menos no cala. Estamos construyendo un conocimiento epidérmico de la realidad, que se queda en la superficie y no produce cambios. Un descubrimiento demasiado efímero de lo que pasa. Pascual Serrano en su “comunicación jibarizada” (2013) define el actual modelo a través del “consumo informativo de la abeja”, del público que revolotea sobre innumerables temas y no profundiza en ninguno. Tantos hechos desfilan delante de nuestras narices hoy que con la misma rapidez con que sugieron van sepultando los que sucedieron ayer.
El olvido sobre situaciones de injusticia resulta todavía más flagrante cuando esa desmemoria afecta directamente a personas que sufren. Estamos saliendo de un verano convulso en el que las paradojas, las contradicciones y las versiones contrapuestas (atentados de Barcelona, sucesos racistas de Charlottesville, posición de Corea del Norte, situación en Venezuela…) se han vuelto a poner de manifiesto en un intento por las partes de apropiarse del relato. Somos propensos a olvidar una realidad cuando nos interesa justificar la siguiente. Nos gusta quedarnos sólo con la parte para explicar el todo. Somos expertos en olvidar una interpretación anterior cuando queremos defender la postura contraria.
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