Marina León (Pikara online Magazine)
Kalpona Akter, activista y sindicalista bangladesí, habla sobre los cambios en las condiciones laborales de las trabajadoras textiles cinco años después del derrumbe del edificio Rana Plaza.
Los nueve pisos del Rana Plaza en Bangladesh tardaron apenas unos segundos en desplomarse. Sacar más de mil cuerpos de entre los escombros llevó varias semanas. La lucha incansable de sindicalistas como Kalpona Akter no se ha detenido desde aquel día.
El Rana Plaza era un edificio que alojaba cinco fábricas textiles en el suburbio industrial de Savar, un distrito de Dhaka (Bangladesh). Trabajaban más de 4.000 mujeres. Meses antes de su derrumbamiento ya se habían visto las grietas que tenía: las trabajadoras no estaban dispuestas a acudir en estas condiciones, pero se les obligaba a ir bajo amenaza de perder el sueldo o se las engañaba sobre la situación real del edificio,. Cuando se desplomó murieron 1.134 trabajadoras y resultaron heridas más de 2.000.
“Cuando el Rana Plaza se derrumbó todo el mundo lo calificaba de tragedia o accidente. Odio estas dos palabras. Fue un desastre provocado por seres humanos que podía haberse evitado, las consecuencias fueron tremendas”, explica Akter.
La directora del Centro de Solidaridad con los Trabajadores de Bangladesh habla tranquila, pero con mucha fuerza, en un acto organizado en Bilbao por Setem, sobre su lucha personal que ha acabado convirtiéndose en su día a día como activista en el sector textil.
Comenzó a trabajar en una fábrica de ropa en Bangladesh con 12 años. Su padre cayó enfermo y, por aquel entonces, su madre tenía que cuidar de su hermano pequeño de apenas unos meses, así que tanto a ella como a su hermano de diez años les tocó empezar a trabajar. “No queríamos ir, pero era lo que había. Cobrábamos algo más de seis dólares al mes y trabajábamos unas 400 horas”, cuenta.
A los 15 años Kalpona Akter decidió alzar la voz para tratar de mejorar sus condiciones laborales y las de sus compañeras en la fábrica, pero lo único que consiguió fue pasar un mes en la cárcel y que su nombre apareciese en una lista negra. Esto no le detuvo y a los 16 años se convirtió en la representante sindical de la fábrica en la que trabajaba. Recibió una formación de cuatro horas sobre derecho laboral que, asegura, le cambió la vida: “Aprendí que mi turno tenía que durar ocho horas, que mi supervisor no me podía pegar, que las fábricas tenían que tener dos escaleras, salidas de emergencia y extintores, pero lo más bello que aprendí es que tenía derecho a organizarme”. En tan solo ocho meses […]
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