(Artículo publicado en Loyola Media)
El espacio televisivo que lanza nuevos talentos al universo de la música pop ha vuelto a nuestras pantallas. Una nueva “generación OT”, o por lo menos aquellos que tengan hueco, se prepara para salir en pocos meses al mercado. Y lo harán después de que todos los televidentes nos enteremos, durante largas semanas, de sus mayores handicaps en esto del mundo de la música, de sus defectos y virtudes en lo personal y del intrincado mundo de relaciones que se combinan a la perfección para mantenernos el máximo número de minutos frente al televisor.
Como afirma uno de los miembros, ya célebre, de su jurado, los participantes de OT no son más que un producto y en esa academia lo que hacen es aprender a venderse lo mejor posible.
A mi no me gustan los valores con los que respira OT. Ya lo sé; es lo que hay, lo que se lleva y además si no sigues estos principios parece que te colocas fuera de todo. Porque puede deberse a ese miedo al aislamiento el que nos impide actuar más autónomamente. Como afirma Noëlle-Neuman, el que se queda callado y no interviene, no socializa con los demás, y por lo tanto no consigue integrarse. Por lo tanto, parece que hay que estar enterado de todos estos cotilleos. No compartir las conversaciones que están en la calle, sobre todo cuando están relacionados con los contenidos televisivos, nos aleja de la masa. Y lo mismo sucede con los valores que hoy predominan en nuestras sociedades. Valores como el éxito, el triunfo, la fama, el producto o la imagen lo empapan todo y se supone que no hay resquicio para la imaginación, la creatividad, los segundos puestos, el anonimato o la sinceridad.
El peligro que encierran en la actualidad este tipo de contenidos masivos es que saben disimular, entre la sutileza y el buen rollo, la crudeza de una sociedad que nos obliga a vivir al límite de nuestras posibilidades, aparentar lo que no somos, o excluir a aquellos que no llegan a unos mínimos. Porque los contenidos y principios que destilan estas cadenas confluyen en lo mismo; auténticos mercadillos de venta de todo: objetos de consumo, valores, ideas…
Y como dice la canción “aunque parezca mentira” los vascos no nos libramos de estar frente al televisor y de chupar todo lo que nos echen. Para los más puristas, y por mucho que nos devanemos los sesos inventándonos programas más nuestros, sólo basta constatar que Telecinco es el canal más visto en Euskadi, y que espacios como los reallity shows Gran Hermano, Supervivientes y OT se llevan la palma. Vamos, que los italianos Vasile, Carlotti and company están que no se lo creen con el fiel comportamiento del público vasco.
Pues nada; habrá que conformarse con lo que hay, o ahora que los días son más largos, prolongar los paseos y contemplar las puestas de sol –si la lluvia y los negros nubarrones lo permiten, claro–. O las cosas están cambiando, o la globalización lo cubre todo con su manto cosido con principios y estilos; con valores y mercado, mucho mercado.
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