Es la expresión con la que el pensador uruguayo França Tarragó definió la in-comunicación que se produce al experimentar el agobio de datos y la desconexión con la realidad vital, por ejemplo cuando se muestra la violencia en todos sus formatos como factor de consumo de productos comunicativos. En términos más mundanos y mediáticos, vendría a sintetizar toda narración/descripción de lo más negativo y desalentador de la condición humana, pero de forma descontextualizada y exagerada. Para el autor, un modelo comunicativo que no contribuye en absoluto a generar estímulos positivos que promuevan una sociedad más humanizada.
Este verano he dedicado cierto tiempo a zapear, saltando de canal en canal, sobre todo en los espacios que las grandes cadenas dedican en sus parrillas a la información. Y no me he llevado ninguna sorpresa. No he percibido ningún cambio sobre lo previamente conocido. Pero no me voy a contener, pese a reconocer que pueda redundar en afirmaciones y opiniones conocidas por la mayoría.
Frecuentemente se critica con desaire el papel intoxicante que los servicios informativos de las televisiones públicas juegan como observadores de la realidad por los constantes intentos de manipulación que ejercen sobre ellos los poderes públicos en la categorización y tratamiento de los temas de actualidad. Comparto estas afirmaciones al cien por cien y reconozco la responsabilidad de estas corporaciones financiadas con nuestro dinero. Sin embargo, al incidir en ello corremos el peligro de desenfocar y cubrir con un velo el influyente papel de los grandes imperios mediáticos y del entretenimiento como principales difusoras del “ruido neurotizante”: en nuestro entorno Atresmedia y Mediaset. Un tándem que se disputa con vehemencia el porcentaje del share –cuota de pantalla–, se reparte el pastel de la publicidad y a veces parece que compite por ofrecer la mejor “telebasura”.
La programación general de los numerosos canales que poseen estos dos grupos de comunicación puede y debe ser criticada, pero lo que realmente roza lo delirante y constituye el principal sustento de este ruido, o como denomina França Tarragó, de la “comunicación catártica negativa” es su narración informativa de la realidad. Contemplar con ojos críticos cualquiera de sus informativos es desesperarse y sufrir por el daño que están causando a parte de su público. Es tener la sensación de que la realidad es una excusa para construir un mundo paralelo repleto de sensaciones y de sobresaltos abordados entre emociones y estímulos. Como señala Joan Ferrés al describir los placeres que nos proporciona la televisión, en ella buscamos una gratificación sensorial basada en los sonidos y colores que despiden colapsando nuestro raciocinio hipnotizado. También perseguimos una gratificación mental, al permitirnos recrear paraísos inalcanzables. Y por último, una gratificación psíquica, que facilita en nosotros la identificación en personajes y situaciones en los que nosotros nos vemos reflejados. A estas tres habría que añadir la gratificación emocional que nos sube a un carrusel de sentimientos y que constituyen para los televidentes un tubo de escape.
Los informativos de Telecinco o de La Sexta son como una melodía, en la que conoces la música pero no sabes la letra con la que la van a cantar. Eso sí, la realidad pasa por delante de nuestros ojos, como un torbellino, sin tiempo para pensar lo que nos han dicho, pero impactados por lo que hemos visto y desolados porque no hay nada que hacer ante tanto horror. Sin espacio para la reflexión pero invadidos de una cierta ansiedad y desasosiego.
França Tarragó considera que esta no es una comunicación humanizadora a la hora de ofrecer la información. Esta narración no alienta la solidaridad ni el orgullo de poseer una cultura o pertenecer a un pueblo. Esta práctica no cohesiona socialmente, sino que busca el enfrentamiento y el rencor. Esta forma de entender la comunicación no une ni vincula a una causa justa. Una comunicación humanizadora es aquella que se hace responsable de lo que dice y muestra, que toma conciencia de aquellos productos que envía a su público. Y en esto no vale la distinción entre medios públicos o privados.
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