He de reconocer que en los últimos tiempos no llevo el ánimo muy jovial y tengo puestas las gafas oscuras que me ocultan el poco sol que disfrutamos. Pero, la idea del Reloj del Juicio Final siempre me ha parecido muy tenebrosa y apocalíptica. En su anual aparición, los científicos atómicos vuelven a hacer sonar su metafórica campana para recordarnos que no queda mucho más de minuto y medio para el final de los tiempos. Asuntos como la carrera armamentística nuclear o el cambio climático son factores que juegan en nuestra contra.
Recién finalizada la Segunda Guerra Mundial, diferentes científicos de la Universidad de Chicago junto a Albert Einstein, crearon un reloj que simbolizaba el tiempo que le quedaba al planeta y a la humanidad para su final si su duración se pudiera condensar en una jornada de 24 horas. Tanto la cuenta atrás como la medianoche visibilizaban dos de las imágenes bíblicas del libro del Apocalipsis. El corto intervalo de tiempo hasta la medianoche que siguen marcando los científicos desde hace varios años se parece mucho al vivido en la década de los cincuenta del pasado siglo, en el momento álgido del enfrentamiento nuclear y la guerra fría.
Este reloj, convertido en instrumento de alerta global, puede resultarnos agorero, pesimista, alarmista… pero supone un toque de atención anual de que algo no estamos haciendo bien. Cada vez quedan menos personas, colectivos y gobernantes que niegan y desprecian las llamadas de atención ante las amenazas venideras. Pero todavía hay muchos que no han comprendido el mensaje en su totalidad: la única capacidad de revertir esta situación reside en nosotros mismos.
Ahora, a la manecilla de esa esfera le quedan 100 segundos. La vivencia del tiempo es un elemento muy subjetivo, pero su medición real es implacable. Me temo que en los próximos años vamos a necesitar varios relojes para poder medir la cuenta atrás de nuestras diferentes negligencias e irresponsabilidades. El hecho de que el plazo sea tan corto, elimina toda opción de pensar en el futuro, en las próximas generaciones. O dicho a la inversa, la actual reflexión -si la hay- sujetada al «aquí y ahora», anula toda perspectiva de estrategia política, ecónomica y social a medio o largo plazo, y puede someter a nuestros hijos y nietos a una vida cargada de riesgos e incertidumbres.
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