(Artículo publicado en Loyola Media)
Es el título de la última película del cineasta andaluz Gerardo Olivares. Se ha estrenado este mes de diciembre y aborda, a medio camino entre el documental y la ficción, el drama de aquellos que emigran de su país, en el África subsahariana, y recorren miles de kilómetros hasta llegar a las costas europeas. La historia de Buba, Mukela y Violeta es sólo una pequeña ilustración de las penurias que soportan estas gentes cuando emprenden el camino a la presunta “tierra prometida”.
Y mientras nosotros, que somos sociedades opulentas y escaparate para todos los que llegan, nos preguntamos habitualmente: ¿por qué hacen eso? ¿son capaces de arriesgar hasta su vida? ¿qué les lleva a abandonar a sus seres queridos? ¿por qué están dispuestos a pagar cantidades astronómicas para llegar hasta aquí?
14 kilómetros no sólo es la distancia que separa los dos continentes desde Tarifa hasta los alrededores de Tánger. 14 kilómetros es la unidad espacio/tiempo que aleja los sueños de la cruda realidad. 14 kilómetros es el abismo que separa dos mundos, dos concepciones, dos dimensiones que parecen irreconciliables. Estos 14 kilómetros son los 14.000 metros más largos y a la vez más infranqueables.
Europa ha levantado un muro, real e ideológico, que solamente este año se ha cobrado la vida de más de 800 seres humanos intentando atravesarlo. Sin embargo, con pateras, a través de las aduanas de tierra, por medio de cayucos o a los aeropuertos con líneas internacionales arriban a la península ibérica más de medio millón de inmigrantes cada año. No hace falta repetir que donde vivimos hay sitio para todos, que el trabajo abunda y que nuestras escuelas poseen un número de pupitres y maestros que pueden soportar la llegada de más inmigrantes.
Lo verdaderamente importante es distribuir igualitariamente los espacios, crear empleo con las mismas garantías para todos los trabajadores y potenciar un modelo educativo que respete las diferencias fomentando los mismos derechos. Conceptos como el de la interculturalidad, la convivencia, la identidad, el mestizaje y la ciudadanía han irrumpido desde hace algún tiempo en nuestras mentes y en nuestra organización social. Y en más de un caso resultan incómodos porque inciden en nuestras afianzadas costumbres de sociedades ricas. Estos conceptos tocan nuestra fibra, tambalean el bienestar que disfrutamos y pinchan la burbuja de una supuesta estabilidad.
¿Por qué somos fríos con ese ciudadano vasco de origen extranjero que cuida de nuestro aita o se sienta con nuestra hija en el mismo aula de la ikastola y sin embargo nos involucramos en proyectos de desarrollo que protagonizan personas a miles de kilómetros de distancia?
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