(Artículo publicado en El Diario Vasco)
El pasado 9 de abril se daba por finalizada, mediáticamente hablando, la supuesta guerra preventiva mantenida por EEUU y sus aliados contra Irak. La Plaza Firdos de Bagdag era el escenario del hecho más televisivo de esta contienda. Un grupo de ciudadanos iraquíes, ayudados por tanques de los marines estadounidenses, derribaban la estatua de Sadam Husein, delante mismo del Hotel Palestina, cuartel general de los periodistas destacados en la capital iraquí. Todas las cámaras de televisión que allí se encontraban retransmitieron en directo al mundo el acontecimiento y cerraron oficialmente un conflicto bélico que había durado veinte días desde el comienzo de los bombardeos. La esplanada de entrada a aquel hotel se convirtió en plató improvisado de un acontecimiento histórico vivido en riguroso directo por millones de espectadores en todo el planeta.
Transcurridas varias semanas de aquellos hechos, se puede realizar un análisis más reflexivo. El tiempo hace desactivar la pasión, difumina las imágenes más duras de nuestras retinas y aleja la indignación del primer momento. A pesar de que la intensidad con la que se vivió y se respondió por parte de la ciudadanía no tiene precedentes y sirvió para demostrar, antes incluso de su inicio, que esta guerra iba a ser diferente.
Sin embargo, aquel 9 de abril se recreaba una situación de victoria militar que, aunque no hacía posible mostrar a la opinión pública una captura real del mandatario derrocado, sí permitía representar su caída simbólica. El profesor Santos Zunzunegui afirmaba en torno a los acontecimientos del 11-S que los ciudadanos debemos aplicar en muchos casos las leyes de la ficción para poder interpretar la parte de realidad que se nos cuenta a través de los medios. Y es que la escena del marine encaramado a la efigie de piedra cubriendo el rostro de Husein con la bandera de barras y estrellas nos podía hacer recordar un fragmento de cualquier historia bélica del celuloide.
En un final tan cinematográfico, y para muchos perfectamente precocinado, se confirma la máxima. Mientras un acontecimiento cuente con el seguimiento de los medios masivos y éstos actúen de notarios y testigos, se pueden configurar discursos que mantengan la tensión informativa, repercutan en la audiencia y en definitiva construyan cosmovisiones sesgadas y distantes de la realidad. Nunca antes en plena “sociedad de la información” había sucedido nada semejante. Ni siquiera los conflictos en el corazón del mundo desarrollado (Bosnia, Kósovo…) permitieron una narración tan cercana y encarnizada de los acontecimientos. Por primera vez fuimos testigos privilegiados de las graves injusticias cometidas, sobre todo contra civiles iraquíes y periodistas extranjeros. La rivalidad mantenida entre las cadenas norteamericanas de televisión (CNN, Fox y CBS) y las del mundo árabe (al-Jazeera y al-Arabiya), y la masificación de medios y de profesionales de la información en el núcleo de la noticia, benefició enormemente al desempeño de una labor periodística más limpia, libre y transparente en la zona. Pero la abundancia informativa no lo es todo.
También han surgido voces discrepantes de una posición que para algunos carecía de unanimidad y firmeza frente a la barbarie. Michel Collon, en un artículo reciente valoraba de forma preocupante lo que denomina “corrimiento del sentido común”, explicado como “el efecto hipnótico que produce la desmesura del discurso mentiroso del poder”. Teoría ilustrada por Collon cuando afirma que incluso grandes sectores de izquierda se ven obligados, como si de una coletilla se tratara, a acompañar en sus declaraciones las injusticias de uno (en este caso de Sadam Husein) a la hora de denunciar las del totalitario mundial que agrede desproporcionadamente (EEUU): “ni Sadam, ni Bush”. En la misma línea, James Petras afirmaba durante esta guerra que “muchos periodistas occidentales progresistas bienintencionados siguen intentando equilibrar su descripción de las atrocidades angloamericanas con la continua referencia a los crímenes de Sadam Husein”.
Además, hemos tenido que asistir a diferentes estrategias lanzadas desde los gobiernos y elucubrar con terrenos informativos sombreados que tardarán en aclararse. Las más sonadas maniobras ocurrieron en EEUU y fueron la expulsión de prestigiosos colaboradores de medios estadounidenses en el pasado (Peter Arnett de la NBC o Geraldo Rivera del canal Fox) o la censura de las weblogs (sitios en Internet) de diferentes profesionales que narraban la guerra en su diario. Ante la avalancha de informacionismo y la lluvia de imágenes, hemos carecido de un análisis más sosegado y templado durante las tres semanas que ha durado el ataque. Se ofrece una información lanzada a borbotones que roza la espectacularidad en busca del incremento de la audiencia. Más de una empresa de comunicación se ha dejado los cuartos del ejercicio en la inversión más costosa del año. Arriesgadas apuestas que incluso han sacrificado parte de los ingresos en publicidad. En un periodo inestable en el que la economía tiembla, el mercado -en forma de spots- se abstiene de asomar por los medios con tanta fuerza.
Esta guerra ha sido mediática porque ha contado con todos los ingredientes para ello. En primer lugar porque ha sido muy breve, perfectamente asequible para el actual ritmo informativo y publicitario. Y después, porque ha plasmado en su discurso narrativo los distintos bloques en que se configura una buena novela o película: la presentación, el desarrollo y la resolución de la trama.
Desde aquella segunda semana de abril todo se ha desvanecido. Irak ha dejado de existir para los medios. Esa fecha ha marcado la frontera del olvido a un pueblo y a todos sus ciudadanos. Los superstars de los medios se han vuelto a sus respectivas casas y las unidades móviles cargadas de antenas han dejado de funcionar. La miseria y la desolación que se vive en ese país, de por sí empobrecido y sumido en una dura posguerra, han sucumbido a la vorágine diaria. Las preocupaciones más domésticas han modificado de forma radical la agenda informativa. Irak y sus gentes a penas ocupan hoy un pequeño espacio en las páginas de cualquier diario. Los informativos de televisión y radio ofrecen informaciones breves, carentes del oportuno análisis sobre las consecuencias de la confrontación y la situación actual de la población civil.
En nuestro país, el giro copernicano que ha sufrido el panorama político ha sido descarado. Demasiados intereses en juego para hacer olvidar a la opinión pública las devastadoras consecuencias de una guerra que se cobra muchas más vidas inocentes, y sobre todo anónimas, desde que se dicta el pitido final. La cercanía de unas elecciones y la pesada carga de dos tragedias a la espalda (Prestige e Irak) obligaron al poder a cambiar el paso, más preocupado por la videopolítica y la imagen que por los verdaderos dramas que acucian al planeta. Sin embargo, las víctimas del horror siguen allí, con los focos apagados, en la trastienda de la actualidad. No quieren robarnos minutos en nuestros informativos, sólo un poco de respeto y reconocimiento a su identidad.
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