Araceli, de 96 años, es una de las miles de personas mayores a las que ya les han inoculado la vacuna contra el Covid-19 en las últimas semanas. Vive en la residencia Los Olmos de Guadalajara y declaró sentirse nerviosa ante el trascedental momento. Araceli fue la primera en vacunarse, pero después llegaron muchas más, la mayoría mujeres por cierto. Son las más numerosas en las residencias. La esperanza de vida sigue siendo más elevada entre el sexo femenino, que frecuentemente queda en soledad.
Araceli, Edurne, Antonio, Ana María, Sol, Alfredo, José, Mercedes… son algunos de los nombres propios que han dibujado la geografía de sonrisas, emociones y frases cargadas de sentimiento y responsabilidad. Han copado las portadas y los informativos de televisión durante varias jornadas, pero también han puesto rostro al papel de las personas mayores en esta pandemia. Como si de una escena de un relato fílmico se tratara, y tras un nudo argumental muy duro vivido en los últimos meses en las residencias, estas imágenes parecían simbolizar el comienzo del desenlace final.
Este periodo ha colocado a este grupo de edad en primera línea, por su vulnerabilidad, pero también por la necesaria acción colectiva de protección que el resto hemos tenido que ejercer hacia él. El establecimiento de un objetivo social, común y universal -la defensa de las personas mayores-, durante este tiempo ha representado un hito novedoso en la historia reciente. El gesto feliz de este frágil colectivo es una válvula de escape a tanta angustia acumulada durante meses, pero también una llamada de atención al resto de la ciudadanía para que no baje la guardia y permanezca alerta.
Durante los primeros días de vacunación, en todos los países se reprodujo casi milimétricamente el mismo rito, con idéntica liturgia, y los medios de comunicación así nos lo contaron. Esta ceremonia social, pública y mediática ha pretendido visibilizar el punto de inflexión a un tiempo incierto que ensombreció el año 2020 desde la primavera. Y ha querido plasmar, en los rostros de estas abuelas y abuelos, los atisbos de esperanza que anhela la sociedad.
En las residencias se abre un nuevo tiempo, en el que se rompe con el aislamiento que han sufrido sus inquilinos. Un distanciamiento de sus familiares y allegados que ha pasado una factura irrecuperable en un importante colectivo. La imagen ilusionada de Araceli esconde tras de sí una historia profunda y dolorosa de semanas grises y sin aliciente, pero también aporta una luz que alumbra el futuro al conjunto de la sociedad. Intérpretemos esta escena y quedémonos con su cara más brillante.
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