La raza es un constructor social que, como otras cuestiones, ha marcado las relaciones humanas en el mundo y en el interior de los diferentes países. Esta idea, que desde un punto de vista genético prácticamente no nos diferencia, ha generado cruentos conflictos y sustentado diferentes relaciones de poder y dominación durante siglos.
El etnocentrismo con el que el mundo desarrollado ha sometido, cultural e ideológicamente, al resto de la Humanidad no ha acabado. Pero, los momentos de mayor desigualdad en nuestra historia reciente se vivieron a lo largo del siglo XX. La última fase del proceso descolonizador –en las colonias– y las resistencias de distintos regímenes políticos –entre las potencias desarrolladas– a asumir como propia aquella parte de la ciudadanía, en muchos casos atraída y mercadeada a través de la esclavitud, han perpetuado esta injusticia hasta casi hoy en día. Todavía en la actualidad, y en las grandes urbes, las razas están delimitadas por barrios o distritos. La multiculturalidad natural conformada, en Estados Unidos o Europa, a causa de la creciente realidad migrante, no ha logrado profundizar en una convivencia que nos conduciría a una ideal sociedad intercultural.
Hace varios días se ha publicado en todo el mundo el número 4 (volumen 42) de la revista National Geographic. La Sociedad que le da nombre se creó en Estados Unidos en 1888 para la difusión del conocimiento geográfico. El tema central de este número ha permitido a esta mirilla detenerse en la reflexión que la publicación realiza ad intra sobre su relación con el asunto de la raza. La decisión de dedicar el número de abril al racismo contiene un punto de autocrítica de la publicación, con la intención de “examinar su propia historia antes de poner la mirada periodística en los demás” y “dejar atrás el racismo del pasado”, según afirma en el editorial su actual directora, Susan Goldberg.
La propia revista ha protagonizado distintos episodios con importantes tintes de racismo durante sus 126 años de historia. Como se documenta en este número, en un reportaje sobre Australia publicado en 1916 a los aborígenes se les denominaba “salvajes que ocupan los últimos puestos en inteligencia de todos los seres humanos”. En 1941, describía a unos algodoneros de California como “negritos, banjos y fardos como los que podían verse en Nueva Orleans”. En 1962, la revista publicaba a menudo imágenes de nativos cuyos pies de foto los calificaba como “sin civilizar”. Y otra triste anécdota nos recuerda que en los años cuarenta los afroamericanos no podían ser socios del National Geographic, una institución muy complaciente con la política de segregación racial en ese país.
El reconocimiento de los errores cometidos es un ejercicio ético de alta consideración. Una memoria crítica de la historia, asumiendo que no todo se hizo bien ayuda a construir un futuro con una mayor solidez en los principios y valores que lo fundamentan. La reflexión de National Geographic es un buen ejemplo para otras instituciones globales, es un mea culpa público del que otros podían tomar buena nota.
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