Estas líneas están dirigidas a la persona que en un futuro, espero que lejano, tenga que cuidar de mí. Porque no tenga nadie cercano que lo haga, o porque mi deterioro físico o cognitivo requieran del apoyo de un profesional.
Espero que te encuentres bien, que yo te esté tratando con respeto en todo momento, y que tu dedicación sea lo más razonable posible, teniendo en cuenta tu situación familiar y personal. Deseo que la remuneración que recibes sea justa, y las condiciones laborales en las que te encuentras sean lo más dignas posibles, tanto si estás realizando tu trabajo a través de una empresa, como si lo haces directamente contratada por mi familia. Eso sí, disculpa si en alguna ocasión te he hecho daño, consciente o inconscientemente.
Seguramente estoy escribiendo esta carta a una mujer –aunque cada vez más hombres se dedican a las tareas de cuidados, las mujeres todavía hoy sois mayoría–. Porque también me gustaría que esta labor tan feminizada haya calado entre los hombres. Y no es una cuestión trivial. Está totalmente enraizada en la cultura y en la educación sexista recibida por nuestras generaciones.
Es muy posible que seas extranjera o descendiente de familia inmigrante. No sabes cómo desearía que hubieras regularizado tu situación de forma sencilla y ágil, y que nuestra Europa te hubiera tratado de forma “humana” durante todo este proceso. En todo caso, también estaría enormemente satisfecho si pertenecieras a una familia nacida aquí y cuyas anteriores generaciones también fueran originarias de nuestro país. Simplemente, porque espero que llegue un momento en el que nuestra sociedad no categorice a las personas por su origen. Simplemente, porque considero que una sociedad que valora y asume la profesión de cuidados como propia, y no la “externaliza” a bajo precio es una sociedad que humaniza y dota de mayor calidad a sus relaciones.
Me gustaría poder asumir, delante de ti, mi vulnerabilidad y dejarme cuidar sin estridencias ni reproches. Ojalá las tareas de cuidados ocupen en este momento un gran espacio –tiempo, energías, políticas, recursos– en el escenario de nuestra humanidad. Eso querrá decir que hemos renunciado a nuestras ínfulas de poder y de éxito personal e individual, incluso ególatra, en beneficio del trabajo por los otros, por el conjunto de la comunidad. Y por supuesto, hemos interiorizado nuestras debilidades como seres humanos y la necesidad de ayudarnos los unos a los otros.
Sería muy feliz si la profesión dedicada a los cuidados de las personas se ha colocado en el top de las profesiones mejor valoradas, más dignamente pagadas y más deseadas por los jóvenes que inician sus estudios superiores. Desearía que el postureo de lo frívolo hubiera virado hacia el compromiso con el otro. Me encantaría que la vocación de los cuidados a personas hubiera calado de verdad.
Me gustaría recordar contigo como agua pasada que hace algunos años padecimos una pandemia. Pero, sobre todo, que esa situación y sufrimiento que vivimos en todo el planeta engendró una mentalidad nueva, una nueva forma de afrontar las crisis que afectan a los seres humanos. Me gustaría recordar contigo una crisis climática que hemos ido superando y que, a pesar de no alcanzar las cotas deseadas, ha abierto en todos la conciencia, de que es necesario cambiar, individual y colectivamente, para superar los agujeros negros de la humanidad.
Y para finalizar, me gustaría darte las gracias por lo que haces por mí. Porque creo que durante toda mi vida el agradecimiento ha sido una costumbre devaluada y olvidada. Porque en el mundo de la abundancia y del despilfarro hemos integrado en nuestras vidas muchos dones por dados, sin importar el esfuerzo o el sacrificio que han supuesto, como si nos los mereciéramos por sí mismos. Sin reconocer que la mayoría de nosotros hemos sido unos privilegiados en nacer y en vivir donde lo hemos hecho. Gracias.
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