El fin de semana de San Sebastián se ha teñido de distintos colores. Y estas tonalidades, que impregnaban algunas de las informaciones que hemos conocido, han formado un mosaico de sentimientos muy íntimos que han conseguido sobresaltar mi corazón en varias ocasiones. Cuando Ekman (1972) describió las cinco -o seis- emociones básicas (asco, alegría, miedo, sorpresa, ira y tristeza) y las distinguió teniendo en cuenta los gestos de nuestro rostro, estaba a su vez relacionándolas con nuestro psiquismo. Yo creo que, en a penas dos días, he experimentado todas ellas, de forma momentánea, y en algunos casos sostenida.
La primera historia ha generado al principio en mi grandes dosis de ira y asco, pero posteriormente ha entristecido el atardecer de la víspera festiva. Faltaban seis horas para la izada de bandera a los sones de la Marcha de San Sebastián entonada por la tamborrada de Gaztelubide, y la noticia que declaraba culpable a Pablo Ibar en el tribunal de Broward Country de Florida recorrió como un cuchillo la sala en la que manteníamos una agradable sobremesa familiar. La desolación y el abatimiento se adueñaron de la tarde, quizás por la cercanía y simpatía local del protagonista, pero siendo conocedores de que hay otros casos en las mismas circunstancias.
No puedo entender a un pueblo, el estadounidense, que es capaz de desbordar su creatividad para volcarla en el ocio y el espectáculo, que se encuentra a la vanguardia de gran parte de las tendencias que copiamos en el resto del planeta, que celebra y sabe divertirse hasta el infinito, un pueblo que se quiere y se gusta a sí mismo como ningún otro pueblo lo hace, que idolatra la libertad individual hasta el punto de colocarla en el frontispicio de su sistema… Pero al mismo tiempo, un pueblo que desprecia el derecho a la vida de decenas de sus “hijos” en pos de una justicia vengativa que no persigue la reinserción de sus reos; que se encuentra sometido al miedo y en consecuencia se arma hasta los dientes preparado para combatir a enemigos, mayormente infundados; que observa estupefacto con cierta frecuencia la acción de adolescentes solitarios que la emprenden a sangre fría contra el resto de la comunidad originando incomprensibles tragedias…
Pero tampoco entiendo nuestra comprensión ciega, a veces admiración, hacia una cultura que, efectivamente es deslumbrante para nuestro estilo de vida, pero que mitiga, oculta o da por asumidas algunas prácticas que sobrepasan el respeto más elemental de los Derechos Humanos (Informe Mundial 2019 de Human Rights Watch e Informe Global 2017 de Amnistía Internacional).
La noche de la arriada, la que protagoniza la Unión Artesana y que se convierte en una auténtica fiesta de despedida, llegó a la capital guipuzcoana con otra noticia que genera emociones de tristeza, pero a la vez llena de esperanza: el fallecimiento de la escritora y guionista televisiva Lolo Rico. La creativa e innovadora de los años setenta y ochenta se ha marchado para siempre pero nos ha dejado un legado de humanismo y transformación que bien podría ser retomado en la actualidad.
Tuve la oportunidad de conocer personalmente y charlar con Lolo Rico hace casi veinte años en un seminario internacional que organizó la entonces ONGD Hirugarren Mundua eta Bakea, hoy Mundubat, en el campus donostiarra de la Universidad de Deusto. La experta en televisión estaba convencida del papel educativo de la televisión como transmisora de valores a los más pequeños. Los que habíamos leído su libro “Televisión, fábrica de mentiras” (Espasa Calpe, 1992) sobre la manipulación de nuestros hijos habíamos podido constatar su preocupación crítica por una televisión más humana y educativa.
Aunque a algunos nos pilló en plena adolescencia, el espacio infantil “La bola de cristal” que dirigía Lolo Rico y emitía TVE en la década de los ochenta los sábados por la mañana suponía una ruptura considerable con las ñoñerías que estábamos acostumbrados a ver hasta entonces. Nos dimos cuenta de ello años más tarde, pero el efecto de la Bruja Avería y los Electroduendes no pasó desapercibido para todos nosotros. Decía su canción: “Soy la bruja Avería, soy de la CIA y la televisión será mía. Tiembla, por Orticón, porque te voy a electrocutar en tu sillón. Por Plumbicón y Saticón, esta Guerrilla me mola mogollón.”
Dos acontecimientos en un mismo fin de semana que colorean de claroscuros este día inolvidable al son de “Sebastian bat bada zeruan…”. Dos personas; dos historias; dos, tres o más sentimientos que se encuentran en un mismo territorio, en una misma ciudad… qué más da.
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