Hace menos de una semana ha estallado en Europa el último de los grandes conflictos bélicos conocidos hasta la fecha. Rusia amenaza con invadir Ucrania a través de la fuerza con la movilización de tropas militares y el bombardeo de su territorio. Por su parte, la comunidad internacional, haciendo gala de una unidad inusitada, ha impuesto potentes sanciones económicas y trata de aislar a Rusia en todos los ámbitos, incluidos el cultural y el deportivo. Como en anteriores ocasiones, las consecuencias más dramáticas de esta guerra van a ser las pérdidas humanas, la devastación del país y la movilización de millones de seres humanos que huyen del horror a otras latitudes. Hasta aquí, la realidad contada con frialdad y de forma lo más aséptica posible.
Como afirma el fotoperiodista Gervasio Sánchez, “el que aparezcan más o menos imágenes de un conflicto no tiene nada que ver con la objetividad, la neutralidad, el rigor o el humanismo”. Por ello, aun a riesgo de mostrarme políticamente incorrecto y sumergido en la burbuja informativa, propongo una serie de consideraciones para afrontar con un mayor criterio el conflicto que nos ha tocado vivir:
- Las relaciones internaciones están conformadas por equilibrios y desequilibrios, acuerdos y desacuerdos, fraguados durante décadas. No se puede contemplar cada acontecimiento como un hecho aislado en la historia, como una circunstancia sobrevenida de la nada. Cada episodio histórico tiene su contexto, sus causas y sus antecedentes en el tiempo. Y de esa forma hemos de analizarlos, teniendo en cuenta sus protagonistas, sus agraviados y los escenarios en los que se han ido forjando vinculaciones y desencuentros, alianzas y rupturas. Sin embargo, el actual ciclo informativo frenético impide una lectura más sosegada de los acontecimientos.
- Los europeos somos hijos de la cultura “occidental”, cultivada en las relaciones políticas establecidas tras la Segunda Guerra Mundial y larvadas durante la “Guerra Fría”. Fruto de este recorrido, mamamos y nos educamos imbuidos en la ideología capitalista, influidos por la cultura anglosajona atlántica y con valores de la tradición judeocristiana desde los que se reconstruyó Europa. Los principios desde los que surgió la Unión Europea, los mecanismos de defensa con los que se constituyó la OTAN, y el relato que subyace de todos ellos van en el ADN de muchos de nosotros, a veces sin darnos cuenta.
- Tanto Vladimir Putin como Xi Jinping representan a regímenes dictatoriales y autoritarios, y eso los diferencia de los valores democráticos desde los que están configurados nuestros regímenes europeos. Pero también es verdad, que de la misma forma que acusamos al Kremlin, o al gobierno chino de construir un relato determinado sobre la contienda que estamos padeciendo ahora, los organismos y poderes que nos representan también deciden el discurso de la guerra que nos quieren transmitir. Y esa es la versión que recibimos y con la que somos “informados” machaconamente. ¿Acaso la OTAN no ambiciona mayores cotas de poder e influencia hacia el Este para controlar y debilitar el eje asiático? ¿Ucrania no es un enclave estratégico para lograr dicho propósito? ¿Cuántas veces tenemos ocasión de leer o escuchar estas razones?
- Nadie niega que, en demasiadas ocasiones, la responsabilidad de las grandes atrocidades que se han cometido en las guerras han dependido de una sola persona. Pero, no olvidemos que el discurso de la guerra está construido desde la polarización entre buenos y malos. En las contiendas bélicas, los malos son muy malos y los buenos son muy buenos. En las guerras hay que formar un estereotipo del enemigo, no sólo hay que combatirlo. Y para ello, es muy importante construir un retrato lo más coherente y despiadado de nuestro adversario, personificándolo, dando a conocer su vida, sus fobias y sus filias (Sadam Huseín, Muamar el Gadafi, Slobodan Milosevic, Osama Bin Laden…).
- Algunas de las escenas de las guerras que contemplamos en directo desde hace varias décadas se parecen demasiado a las películas o videojuegos más punteros. Ya no sabemos si es la realidad la que se asemeja a la ficción o es al revés. Lo que sí parece claro es que estamos consiguiendo naturalizar y normalizar el uso de la violencia. Hemos integrado las dinámicas violentas en nuestro día a día y las guerras tienen una mayor proyección mediática si adquieren un relato cinematográfico. Si la guerra en Ucrania se prolongara en el tiempo perdería interés y dejaría de estar en las portadas de los digitales, en los canales 24 horas de televisión o en las redes sociales.
- Las guerras llevan consigo la carga simbólica del lenguaje. Toda la ciudadanía adoptamos en pocos momentos el vocabulario, los tecnicismos y los giros expresivos del habla militar. Nos familiarizamos con el tipo de armamento, las estrategias de ataque y de defensa, y el tan manido uso de términos que dicen una cosa pero significan otra (daños colaterales, armas inteligentes, fuego amigo…). El lenguaje no es neutro y en las guerras casi siempre se emplea para eludir o diluir responsabilidades, sobre todo si la damnificada es la población civil.
- Por último, creo que tenemos la oportunidad de trasladar a nuestras vidas, a modo de aprendizaje, algunas de las derivadas de cualquier conflicto bélico. El modo de afrontar los conflictos, el destierro del uso de la violencia como método, el respeto y la tolerancia al otro, la posición igualitaria de partida a la hora de confrontar, cómo resolvemos nuestras discrepancias…
Como señalaba hace varias décadas Doménec Font, “las guerras modernas son capítulos por entregas de una violencia generalizada, de una cadena de acontecimientos apresurados que compiten y se suplantan entre sí”. Las guerras del último siglo llegan cargadas de su marketing bélico y su propaganda, pero son también espacios para el cultivo del pensamiento crítico y lo contracultural. No nos dejemos arrastrar por la marea de lemas y mensajes que casi siempre proceden del mismo punto y se dirigen en la misma dirección.
Artículo publicado en ethic
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