Cuando en pleno mes de agosto el Daily Mail informó del inicio de las clases en Tailandia, ilustraba su noticia con imágenes del interior de la escuela Wat Khlong Toey en su capital Bangkok. En la instantánea se puede observar a los alumnos totalmente rodeados por mamparas que se habían colocado sobre los pupitres. Además, las medidas de seguridad protegiendo la higiene y las distancias entre los menores eran muy estrictas. Alguno de esos adolescentes declaraba que se sentía más seguro detrás de la caja porque no tenía contacto con ningún otro compañero.
Es uno más de los gestos, sorprendentes, para algunos deshumanizadores, pero necesarios, que estamos contemplando en este año 2020 que no se nos olvidará jamás. Otro signo de esta distopía que está suponiendo la expansión de la pandemia por todo el planeta. Al acabar el año van a ser decenas, cientos, las imágenes que quedarán en nuestra memoria acumuladas –otras olvidaremos– y que nunca pensamos que veríamos.
En estos días, estamos viviendo con intensidad el retorno a las aulas en escuelas, institutos y universidades. Y la sensación de desprotección de las familias y de la comunidad educativa en general choca con las llamadas a la calma y la tranquilidad desde distintos sectores. Desde un principio se ha puesto a la escuela en el centro del debate, y también del foco de transmisión del virus, como si este entorno fuera el único, o el más potente flujo de contagio de esta enfermedad. Los colegios fueron los primeros que cerraron, fueron los que asumieron medidas más restrictivas y también son los escenarios que más han tardado en volver a una cierta normalidad.
Diferentes organismos internacionales han alertado sobre la importancia de adaptar el sistema educativo de los países a esta nueva situación. A su vez, consideran necesario reforzar los modelos educativos existentes para no perder a toda una generación damnificada por los estragos que esta pandemia haya podido originar en regiones deprimidas del planeta y en sectores vulnerables de nuestras sociedades.
Todos los esfuerzos son pocos y enormes los retos a los que nos enfrentamos. Pero por ello, las escuelas, los institutos y las universidades deberían permanecer abiertas. Y tanto instituciones públicas como privadas, deben poner la lupa priorizando y canalizando sus demandas porque de su funcionamiento y atención depende nuestro futuro y el de cada uno de los países. No sé si hasta ahora hemos sido demasiado conscientes de ello.
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