
Rescate de una mujer el pasado 13 de febrero en la ciudad turca de Kahramanmaras (Foto AP, Video Reuters)
La imagen recoge el momento de uno de tantos rescates que se han producido en los últimos días, del amasijo de hierros y cemento en el epicentro del último terremoto que nos han contado. Las escenas de alivio y alegría se entremezclan con la desolación de aquellas personas que lo han perdido todo, desde familiares y amistades, hasta su propia casa.
El pasado 6 de febrero un seísmo de gran magnitud asoló el sudeste de Turquía y el noroeste de Siria causando, hasta la fecha, unos 40.000 muertos. Una vez más, una catástrofe natural, dejaba a la intemperie las desigualdades de pueblos e individuos en un mundo dividido entre ricos y pobres. El dolor que estos dramáticos episodios provoca de forma natural no se reparte de forma equitativa. O mejor dicho, no alcanza de la misma forma a toda la población, ni a todas las regiones del planeta.
La liturgia de estos sucesos sigue casi siempre los mismos pasos y se produce al mismo ritmo. Tras la convulsión provocada por el seguimiento pormenorizado de los acontecimientos por parte de los medios de comunicación, llega la abrumadora solidaridad de personas y enseres que recaudamos y enviamos, a veces de forma desordenada y en parte desaprovechada, porque frecuentemente no llega donde debe llegar y no se reparte a quien se debe repartir. Y por último, se recuentan las cifras finales y se cierra otro capítulo de la actualidad comandada por el vértigo que se disputa a codazos las primeras páginas de las homes de la prensa y los vídeos de nuestra red social favorita.
Y cuando pase el tsunami mediático y ya nadie hable de ello… Y cuando los enviados especiales de las grandes cadenas de noticias se vuelvan a casa… Y cuando se apaguen los focos porque otra gran catástrofe o la guerra de Ucrania pasen por encima del terremoto… Entonces será el momento de clamar contra el olvido. Ese será el instante de mirar de nuevo a Osmaniye, Gaziantep, Adana, Malatya, Alepo… Esa será la hora de la ayuda, del recuerdo, del apoyo real a los que han quedado allí, bajo el frío y la oscuridad de las ciudades sin luz, de las periferias masificadas con personas que huyen sin saber a dónde.
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