En el último año y medio hemos sido testigos en reiteradas ocasiones de las protestas protagonizadas por los que exigían una mayor libertad para poder disfrutar de su ocio sin restricciones. Unas reivindicaciones, del todo legítimas, pero que invitan a la reflexión sobre una sociedad típicamente hedonista que frecuentemente desequilibra la balanza hacia el disfrute individual, en detrimento de la solidaridad comunitaria.
La instantánea, premiada con el World Press Photo como mejor imagen de 2021, apela directamente a nuestros valores. La escena, captada por el fotógrafo Mads Nissen, supone toda una llamada de atención sobre algunas historias que han quedado ocultas en la vorágine diaria de la pandemia. Su protagonista, Rosa Luzia Lunardi -de 85 años-, se lanza a los brazos de su cuidadora, Adriana Silva da Costa Souza envuelta en plásticos de protección, en la residencia de ancianos Viva Bem de Sao Paulo (Brasil). Estamos en agosto de 2020, en el momento más duro del confinamiento de ese país y es el primer abrazo que recibe en cinco meses.
Como se suele decir de forma retórica y repetida, la vida está llena de contrastes. Mientras unos demandan la entrada en los bares para tomarse unas cervezas sin aforos ni mascarillas, o reunirse en la calle de forma masiva para divertirse; otros sólo requieren un abrazo para poder seguir viviendo con esperanza. ¡Qué injusticia! O mejor dicho, ¡qué ceguera! la de aquellos cuya mirada sólo alcanza a ver la distancia que media entre su vista y la mano para agarrar la pinta o el combinado de la barra.
No quiero minusvalorar en ningún momento el ocio y el entretenimiento como ingredientes de socialización y de vida psicológica plena. Pero también creo que hemos equivocado el sentido del entretenimiento al equipararlo casi exclusivamente al del consumo, practicado de forma cada vez más individualista. Parece que se ha convertido en el escape desmedido de nuestras frustraciones cotidianas y ha relegado otros valores como el de la solidaridad a un segundo lugar. Y con este panorama me pregunto: ¿dónde queda el sufrimiento de Rosa Luzia?
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