El discurso tecnológico dominante es un fraude. Promete enriquecer nuestras posibilidades de desarrollo pero nos empobrece. Nos impone un código, un lenguaje informático, que se ha transformado en el código social dominante, que es el publicitario. Nos dice cómo mostrarnos y relacionarnos con los demás: autopromocionándonos y buscando la aprobación. Pero podemos retomar el mando sobre el teclado.
Brillante alegoría la que nos propone como terapia, diría yo que como prescripción médica, Víctor Sampedro para desprendernos del sobrepeso digital (Dietética digital. Para adelgazar al Gran Hermano, Icaria, 2018). En plena sociedad de la información y de la invasión tecnológica, imbuidos de esos instrumentos que convertimos en fines en sí mismos, el autor nos invita a tomar algunas medidas que nos ayudan a racionalizar nuestra relación con ellos. Un menú repleto de platos que nos ayudan a vivir sin someternos a estos dispositivos y a educarnos en la autonomía tecnológica.
Sampedro presenta su obra junto a otros –casi al mismo tiempo Tanya Goodin acaba de publicar Off. Desintoxicación digital– que ofrecen al lector pistas para tomar distancia de lo virtual, desconectar, aprender a vivir el presente y lo real al mismo tiempo. Ensayos para desactivar el estrés digital que nos imponen estas herramientas que, a pesar de todo y siempre que se controlen, pueden sernos de gran ayuda. En algún momento de la lectura nos recuerdan y rememoran sobre una larga lista de pensadores que se han posicionado de forma crítica ante los avances tecnológicos. A imitación de los apocalípticos e integrados con que definía Eco (1964) a los detractores y proclives de la comunicación de masas, los términos tecnofóbicos y tecnofílicos han servido para describir durante décadas a aquellos que respectivamente observan el desarrollo tecnológico como una catástrofe o como una bendición para la Humanidad. Después de los Orwell y Huxley han surgido más recientemente en Silicon Valley, cuna de la revolución tecnológica, otra horda de críticos de esta marea que nos arrastra. Turkle, Wieseltier, Eggers, Carr, Morozov o Franzen sostienen que ha proliferado “una cultura de la distracción y de la subordinación irreflexiva”.
Volviendo al tratado de dietética, el autor describe con gran originalidad y lenguaje creativo la realidad de las nuevas tecnologías y de los cambios y mitos que están provocando. La McTele, rosa o negra, como transformadora de la cultura populista en audiencia. Un fenómeno creado por Trump y que a la vez ha creado al personaje Trump. Las redes promueven consumidores consumistas y mercaderes de marcas patrocinadas, mientras penalizan a los que protestan y se presentan políticamente incorrectos. Los dueños de esas redes lo conocen todo de nosotros. En la actualidad, el Big Brother ha adoptado la forma del Big data. Los espejos se convierten en espejismos digitales porque no reflejan la realidad sino la que a nosotros nos agrada ver. Los “me gusta” de Facebook fomentan en nosotros una imagen idealizada que nos produce un enorme bienestar. En los tiempos de las fake news, de la posverdad y de los algoritmos, la “pseudocracia es el gobierno de la mentira que, repetida mil veces y sin contraste, se convierte en verdad única”.
Dietética digital recorre, en frugales pero intensas raciones, los grandes y pequeños fenómenos que están atravesando la actualidad en rápidos calambrazos. Y reconociendo que, como señala el autor, “ese futuro de mierda ya es ahora”, y con él no renunciamos a emplear la tecnología a nuestro servicio, el libro finaliza con una proclama de una nueva utopía digital. Estas son algunas de sus máximas, recreadas en palabras. Conseguimos vivir varios días de la semana sin el móvil, sin enviar nuestros datos a las grandes multinacionales, ilegalizamos la obsolescencia programada, consumimos menos porque intercambiamos y reciclamos piezas. Además, protegemos la vida privada y nuestras relaciones más íntimas, sabemos lo que valen por lo que nos dan. Por ello, nos conectamos y estamos con quien queremos. Los equipos, los programas y los buscadores son libres, y vienen configurados para no informar por donde navegamos. En esta utopía se tejen redes basadas en la confianza personal, no en la fama. Y desde ellas logramos compartir ideas, debates y ponemos recursos para llevarlo a cabo en común… y podíamos seguir.
Este texto se articula en epígrafes cortos, a modo de tabla de ejercicios contra el Gran Hermano. Hagan los que les dé la gana, en el orden que deseen. Si los practican todos, eliminarán grasa y absorberán nutrientes desconocidos. Hasta puede que adquieran tono muscular, sobre todo en ese órgano que está entre las orejas.
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