Hace pocos días viajaba en un tren que accedía desde el sur de la península por las vías en las que sucedió la tragedia del 11 de marzo de 2004 en Atocha e inconscientemente miraba los edificios y calles colindantes como si sus ventanas guardaran todavía el reflejo imborrable de aquel momento. Doce años después de la tragedia y el espasmo que produjeron en toda la sociedad aquellos atentados, por primera vez todas las asociaciones de víctimas se han reunido en el homenaje oficial. Ha tenido que pasar todo este tiempo en el que las desavenencias y el enfrentamiento han imperado en esta luctuosa efeméride.
Los atentados de los trenes de Atocha sucedidos en esos inolvidables días de marzo estuvieron marcados, desde las primeras horas, por la manipulación y el intento de apropiación del relato. Las instituciones, los partidos políticos y algunos medios de comunicación no han sabido estar a la altura de las circunstancias y han primado la rentabilización de cada uno de los actos conmemorativos en detrimento de la reparación de las víctimas y sus familias. Aquel acontecimiento queda en nuestra memoria como un hecho imborrable, pero sobre todo como un ejemplo poco edificante de cómo gestionar oficialmente el sufrimiento, la interculturalidad y la violencia.
El único recuerdo positivo que nos deja el 11M doce años después es la actitud de la ciudadanía. La respuesta desinteresada, solidaria e infinita que demostró la gente durante largo tiempo. Un cúmulo de gestos que tampoco se nos olvidará jamás.
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