En el mes de septiembre nacía una nueva red social que, con el propósito de competir con la creciente BeReal, elevaba el nivel de la desprotección juvenil hasta límites insospehados. Se trata de Tik Tok Now, una iniciativa que mediante la vieja costumbre de compartir fotografías, te permite ganar dinero si otros se vinculan a tu cuenta mediante el código que te proporciona la aplicación. Dos euros por cada persona que se registre en la red social con tu código y cinco euros más si inicias sesión durante una semana.
Ya tenemos el cóctel completo: adolescencia, relaciones, juego y monetarización de la práctica. Todos sabemos que estas redes de vídeos se han convertido en el entretenimiento de los menores de edad en etapa adolescente. También somos conscientes del peligro de adicción a la ludopatía con el surgimiento de jugadores compulsivos en edades tempranas. Tenemos los antecedentes en las apuestas deportivas on line y su reciente regulación en el Real Decreto 958/2020, principalmente creado para proteger a los menores.
Estamos viviendo, a tiempo real, un auténtico cataclismo en el ecosistema de las redes sociales a escala global. Los acontecimientos se suceden a velocidad de vértigo en un escenario cambiante y lleno de incertidumbres. El «capitalismo de vigilancia» que brillantemente definió Shoshana Zuboff en 2013 sigue vigente, porque nuestros datos personales no han dejado de interesar y de mercantilizarse para bien de numerosas marcas y estados a los que interesa nuestro perfil como potenciales consumidores y votantes. Aunque la burbuja que empezó a crecer a comienzos de nuestro siglo puede estar a punto de explotar.
Musk (Tesla y Twitter), Zuckerberg (Meta), Bezos (Amazon), Yiming (Byte Dance y Tik Tok), Page (Google), Levinson (Apple)… Imaginemos el volumen de datos que acumula la nueva y ampliada versión de GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon). Con distintas fórmulas de negocio, cada una de estas compañías tienen una característica en común: la posesión de millones de datos de sus clientes y usuarios. ¿Estamos asistiendo a una reorientación de los centros de poder en la tierra? ¿Quién controla hoy los movimientos y decisiones de la opinión pública? ¿Bajo que fórmula algorítmica se tergiversan las grandes estrategias globales? ¿Es el final de una forma de entender las redes sociales?
Los intereses económicos y las personas que mueven los hilos de las redes sociales están cambiando últimamente. Pero a su vez están destapando la esencia inhumana -centrada en lo puramente mercantil- que las inspiraba desde el principio. Su supuesto ideario fundacional que fomentaba las relaciones personales y la cordialidad en el mundo brilla por su ausencia cuando llegan las «vacas flacas» del negocio. Se exalta el «sálvese quien pueda» y la preservación de las grandes fortunas que florecieron en los años de la opulencia digital.
Vuelvo al argumento del principio. Como padre de jóvenes adolescentes, me siento interpelado por una situación que nos obliga a sostener una táctica de resistencia. La vulnerabilidad con la que la juventud sufre y se engancha a la dinámica perversa de las redes sociales me preocupa cada día más. Una franja de edad -principalmente la adolescente- que se ha convertido hace tiempo en el público objetivo preferente de estas redes y queda atrapada en las garras de este ocio frívolo que adormece la conciencia crítica y persigue la diversión desde lo insulso, y en ocasiones lo inmoral. ¿Cómo vamos a educar en igualdad si los mayores gestos de machismo circulan en Tik Tok? ¿Qué criterios vamos a trasladar a nuestros hijos si la realidad que muestran las redes es de color de rosa? ¿Cómo podemos enseñar en el pensamiento crítico si la mayor parte de lo que llega a través de las pantallas es superficial y carente de reflexión?
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