Siempre se ha dicho que la violencia trae más violencia, y que las escaladas bélicas a veces empiezan por una simple mecha que alguien prende en el momento más inoportuno. La imagen recoge el instante inmediatamente posterior a que varios drones estadounidenses atacaran el vehículo en el que circulaba el general Qasem Soleimani, hombre fuerte del régimen iraní, causándole la muerte el pasado 3 de enero en el aeropuerto de Bagdad. Presuntamente, el militar había orquestado una campaña de ataques contra intereses norteamericanos desde hacía meses.
Una violencia que parece estar impregnada en el sistema nervioso central de la administración estadounidense desde hace décadas. Durante años, se han reiterado acciones de semejante calado bajo las órdenes de Reagan, Bush padre, Clinton, Bush hijo, Obama y ahora Trump. Da igual de qué administración provengan porque la estrategia sigue un mismo hilo, se justifica con parecidas razones y se reúnen en un mismo relato. Y la violencia como estribillo que se repite una y otra vez en un mundo bipolar de buenos y malos: la gran potencia del tío Sam como jueza y justiciera de un planeta repleto de malhechores que se aprovechan de la gran potencia.
Hace pocos días tuve la oportunidad de ver en el cine, junto a mis hijos, una de esas películas de animación que de infantiles tienen muy poco. La cinta, “Espías con disfraz” está dirigida por Nick Bruno y Troy Quane y está producida por Blue Sky Estudios y Fox Animation. Un argumento de espías, a sueldo de la administración norteamericana, que aunque trata de maquillar sus métodos con los artilugios pacifistas y naifs de un joven científico, demuestra durante toda la película la utilidad manifiesta de la violencia contra “los malos”. Un argumento que hemos visto hasta la saciedad en el cine comercial que nos llega de la grandes factorías del entretenimiento. Por cierto, en un film plagado de drones asesinos, eso sí, en poder de los enemigos.
El asesinato de Soleimani indigna al mundo árabe y estremece al mundo. Pero principalmente, reproduce una escalada a la que ya hemos asistido como espectadores en demasiadas ocasiones. El incremento de la tensión agita el panorama internacional, favorece tanto a EEUU como a Irán y, en algunas cancillerías, se aprovecha para el aumento de la popularidad interna de sus mandatarios. Nos encontramos a once meses de las presidenciales en EEUU y debemos estar preparados para cualquier movimiento del tablero internacional, siempre desde la óptica del consumo interno estadounidense. Y mientras, los demás a temblar de nuevo. ¡Qué mundo!
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