Cuando contemplo grupos inmensos de policías o de soldados del ejército patrullando las calles en las ciudades de nuestro continente [Europa] tras los execrables crímenes cometidos por los terroristas no puedo dejar de pensar en la escena de Troya asaltada, por su punto más vulnerable, por los griegos con el caballo de madera en el que ocultaban a Ulises. El eurocentrismo que desprenden algunas reacciones que estamos exportando al mundo no se aleja demasiado de la visión imperialista, estrecha y etnocéntrica que hemos criticado durante décadas a Estados Unidos.
Desde que sucedieron los atentados de Bruselas, ahora hace una semana, han fallecido 72 personas en otra acción en Lahore (Pakistán), y 40 mujeres y niños en Al-Asriya (Irak). Hechos que se presentan borrosos y relegados a la omnipresente “caza al terrorista” que se ha puesto en marcha en el blindado viejo continente y a unas medidas de seguridad que, por lo que vamos comprobando, poco consiguen subsanar a corto y medio plazo.
Como en los tiempos del desarrollismo, en el Norte nos creemos que con las medidas que adoptamos aquí para luchar contra lo que pasa allí se resuelve el problema. Nada más lejos de la realidad. Hasta que Europa no corrija su miopía y amplíe su mirada un poco más allá de sus fronteras y, en vez de construir muros, levantar alambradas o alejar el conflicto a la trastienda de Turquía, se involucre en el cumplimiento de los Derechos Humanos en cualquier lugar del planeta, seguirá sufriendo la llegada de caballos de Troya resquebrajando su frágil fortaleza, eso sí, atestada de uniformes con cascos y metralletas.
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