Desde el primer instante del confinamiento, el pasado 14 de marzo, cada día de la semana a las ocho de la tarde nos asomamos a nuestros balcones y ventanas a aplaudir en agradecimiento del personal sanitario y de todas las personas que sostienen los servicios esenciales. Pero además, desde ese momento hemos establecido ciertas rutinas que nos homogeneizan y, en cierto modo, nos siguen clonificando, esta vez en nuestro habitáculo de unos pocos metros cuadrados.
Hacemos deporte, seguimos enganchados a las plataformas para tragarnos de corrido las series que antes no teníamos tiempo a ver, ponemos en práctica nuestras habilidades culinarias, tocamos la guitarra, cantamos, grabamos vídeos que compartimos por las redes sociales, si podemos tomamos el sol, leemos, multiplicamos las vídeollamadas porque sentimos necesidad de vernos con otros, paseamos al perro, bajamos al supermercado y bajamos la basura, vegetamos y algunos, teletrabajamos.
Nunca antes habíamos recibido tantas propuestas de ocio, cultura, gastronomía, moda, fitness, lectura, cine, música… Todas esas recomendaciones se han agolpado al mismo tiempo y han colapsado nuestras aceleradas mentes que han tenido que detenerse bruscamente, pero se sienten medio obligadas a seguir los pasos de amistades, compañeros de trabajo, familia, padres y madres de la escuela, para no quedarse atrás y no tener de qué hablar y qué compartir. Una vez más, evitar el aislamiento se convierte en primordial, en esta ocasión y paradójiamente, en un episodio de distanciamiento social.
Por su parte, el balcón se ha conformado en nuestro más importante tubo de escape del encierro, como dicen algunos en nuestra nueva red social, en la pasarela del confinamiento, en el espacio en el que, ahora sí, todos nos hemos convertido en «voyeurs» mutuos, unos de otros. En nuestro palco, en nuestra «ventana indiscreta» que todo lo ve y que ya no se esconde detrás de la cortina para disimular. En nuestro altavoz de expresión pública, en nuestro instrumento de denuncia y de queja a cacerolazos. En nuestro escenario desde el que mostrar nuestras habilidades artísticas.
A pesar de estar cansados, agobiados y de perder el sentido de nuestro día a día, no hemos olvidado nuestras ansias de generar interés. Porque este confinamiento no está dejando a un lado nuestras vanidades, sino más bien las está potenciando. Y las está canalizando a través de las pantallas, en las que presumimos de nuestros salones, nuestros lofts bien decorados, nuestras paredes minimalistas o con estanterías repletas de libros, o de recuerdos de nuestros últimos viajes, los más chics. El nuevo estado en el que nos encontramos exacerba nuestra «extimidad», antes localizada en nuestras costumbres cotidianas, pero en la calle, y ahora expuesta en nuestra vida privada dentro de casa. Esta cuarentena ha acabado por diluir la ya debilitada línea entre la vida pública y la vida privada, porque enseña esta última como si de un escaparate se tratara.
Y mientras tanto, seguimos sometidos a un chorreo incesante de información, en parte veraz, pero la mayoría mentira. Y mientras tanto, seguimos convertidos en correa de transmisión de bulos, rumores, fakes e historias que no sabemos de dónde proceden pero que tendemos a viralizar a través de nuestras redes de amistades afectivas y empáticas, en las que creemos, y en las que depositamos nuestra confianza. Y nos olvidamos de que las situaciones críticas, como esta, son el caldo de cultivo idóneo para que multipliquen su efecto devastador. Y obviamos que hoy, el control de la opinión pública, ahora más que nunca geolocalizada, está principalmente basado en el dominio y la difusión de estas informaciones.
¿Y no pensáis que esta situación insólita y masiva no es susceptible de un potencial expermiento social a gran escala? ¿No creéis que esta circunstancia reúne todos los elementos necesarios para emprender un gran ensayo sobre el comportamiento humano en situaciones de dificultad, un cierto nivel de angustia vital y gran incertidumbre? ¿No os sentís observados e investigados, ahora más si cabe, por intereses de todo tipo que nos pretenden y persiguen nuestra complicidad en esta situación de mayor vulnerabilidad? ¿No creéis que la búsqueda atolondrada de un aliciente en estas circunstancias de limitación de nuestra libertad, acrecienta nuestra toma de decisiones basada en una gestión, en parte desequilibrada, de nuestras emociones? ¿No habéis pensado que en esta coyuntura existen muchas fuerzas que están trabajando para acumular, ahora con más intensidad, una mayor cantidad de datos sobre nuestras predilecciones, gustos y deseos?
En este momento más de tres mil millones de personas, casi la mitad de la población mundial se encuentra confinada. No hace falta ir más allá, ni pensar en un nuevo big brother, ni en una mano negra, ni en sofisticadas teorías «conspiranoicas» para entender que nos encontramos inmersos, quizás, en el mayor experimento social jamás llevado a cabo en la historia de la humanidad. Simplemente, nos queda una opción: ser conscientes de ello.
Eskerrik asko Juan por la reflexión!
Yo soy consciente de ello, no solo hacia afuera, sino hacia adentro también.
Esto es como vivir en estado puro uno de esos juegos que los monitores y monitoras en campamentos nos animaban a plantearnos lo que sentíamos y vivíamos con juegos simulados: “qué te llevarías si tuvieras que marcharte inmediatamente y solo te puedes llevar 5 cosas” o “ qué harías si en una barca solo hay sitio para 3 personas” o…
El constructor social lo tenemos metido hasta el tuétano o tenemos un cierto margen de autodeterminación.
Gracias Marta, por tu comentario. Abrazos,
Muy de acuerdo Juan…es ahora cuando se pone a prueba el quién es quien ante una situación tan compleja como dramática, en la que, de forma muy distinta, salen a flote las actitudes de cada cual. Si bien es cierto que en una parte importante de la población afloran sentimientos solidarios, paralelamente surgen quienes aprovechan esta difícil situación para diseminar odios o arañar intereses.
Gracias Alfredo, Abrazos por ahi.