Imparto desde hace dos años un taller de literatura feminista para personas interesadas en aproximarse a obras escritas por mujeres a lo largo de los siglos con el objetivo de entender los cambios de roles, estereotipos y estructuras sociales a través de dichos trabajos. Necesario es saber que todas las personas participantes en el curso son mujeres. Mujeres que conforman un grupo heterogéneo difícilmente manejable (a la hora de preparar los contenidos, se entiende): desde activistas feministas hasta mujeres incapaces de definir qué es ser feminista. Heterogéneo, enriquecedor a partes iguales (de esto me percaté pasadas un par de sesiones) y generador de interesantes debates que acaban siempre girando en torno al mismo concepto: nuestra identidad como mujeres.
El primer día les empecé hablando de cómo el patriarcado ha realizado un esfuerzo sobrehumano para quitar de en medio a miles y miles de escritoras a lo largo de los siglos, para silenciarlas. “Pero es posible que no se haga de manera consciente, dicen que es cuestión de ventas…”, señala una compañera. “Pongamos un ejemplo”, le dije. Utilicé el mismo que se leerá a continuación.
Elisabeth Bowen y su libro La muerte del corazón. La obra, publicada en 1938, fue considerada una de las cien mejores novelas del siglo XX. De la biografía de la autora, destacamos que a los veinticuatro años se une al Círculo de Bloomsbury compuesto, entre otros, por Virginia Woolf, L. Wittgenstein o John M. Keynes. Por fin, la editorial Impedimenta publica en 2012 La muerte del corazón, 78 años después de su primera edición. Impedimenta recupera un libro imprescindible para comprender, desde otro punto de vista, lo que sucedió en un periodo fundamental de la historia como fueron las dos guerras mundiales, tiempo en el que transcurre esta novela. La muerte del corazón determina el carácter singular de una escritura que se ha comparado con la de Virginia Woolf, Irish Murdoch o Muriel Spark, casualmente todas mujeres.
Silenciarlas, reducir sus obras a antologías donde sólo aparecen ellas (como si el hecho de ser mujer tuviera algo que ver para permanecer aisladas de los escritores), no premiarlas (desde 1901 solo trece mujeres han logrado el Premio Nobel de Literatura) o no traducirlas han sido algunas de las formas que se han utilizado para esconderlas.
El segundo sexo de Simone de Beauvoir fue el primer libro que abrimos para adentrarnos en su análisis de la condición femenina. Recorrimos sus páginas de manera minuciosa e intentamos responder de manera conjunta a los interrogantes que iban surgiendo: ¿qué lugar ocupamos las mujeres en la construcción de la sociedad?, ¿elegimos nosotras qué lugar ocupar o por el contrario esos lugares ya vienen designados previamente?, ¿las mujeres nos acomodamos en ellos pensando que fuimos las protagonistas en esa decisión? Bien, las reflexiones que de estos cuestionamientos surgieron tenían un denominador común: las mujeres sentían que su condición femenina siempre había estado oprimida y anhelaban una sociedad igualitaria y justa alejada de lo dominante, de lo masculino. “Es verdad. No estamos en los espacios donde se toman las decisiones, si llegamos somos la excepción y siempre tenemos etiquetas: somos esposas, hijas, compañeras, amigas, madres…”, decía un alumna. Es lo que Simone de Beauvoir denominaba “lo otro” dotando al hombre de la categoría de “ser trascendente”.
Tiempo después, las alumnas conocieron a la joven escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie. Todos deberíamos ser feministas es la obra que le ha valido la fama, una adaptación de su aclamada conferencia TED que realizó en 2013 y que se ha publicado recientemente en la editorial Literatura Random House. De manera clara, sencilla y directa propone a sus lectoras y lectores reflexionar sobre los impedimentos para que la mujer logre superar el conocido como “techo de cristal” y sobre la necesidad que tenemos de abrir los ojos y mirar, desde la perspectiva de género, muchas de las cuestiones que resultan trascendentes en la vida. “Si hacemos algo una y otra vez, acaba siendo normal. Si vemos la misma cosa una y otra vez, acaba siendo normal. Si solo los chicos llegan a monitores de clase, al final llegará el momento en que pensemos, aunque sea de forma inconsciente, que el monitor de clase tiene que ser un chico. Si solo vemos a hombres presidiendo empresas, empezará a parecernos natural que solo haya hombres presidentes de empresas”.
Como vemos, tanto la ausencia de la mujer en la esfera pública de la literatura como la manera en la que se representa son especialmente trascendentales porque la literatura, la palabra y los textos son creadores de pensamiento y de saber. Como también lo son los medios de comunicación porque ejercen como mediadores entre la realidad social y la audiencia. Y si damos un paso más y hablamos de los medios de comunicación públicos, debemos decir que a éstos se les añade el componente de servicio público que debiera hacerles situarse por encima de intereses particulares y poderes políticos y económicos y tener muy presente el deber de defender de manera prioritaria los DDHH en toda su extensión, entre los que, por cierto, se encuentra el Derecho de Igualdad entre hombres y mujeres. En un nivel más, podríamos hablar de una responsabilidad aún mayor en los programas de actualidad informativa que se rigen por otros códigos bien distintos a los programas de entretenimiento en tanto en cuanto constituyen un punto de referencia estratégico en la programación y en la definición de la calidad de las cadenas de televisión y de las emisoras de radio. Situémonos a partir de ahora en este primer grupo, las cadenas de televisión, fundamentalmente por el carácter visual de las mismas: ¿qué imagen de mujer periodista se difunde?
Resulta significativo cómo los Planes de Igualdad implementados desde hace algunos años en los diferentes medios de comunicación públicos existentes en nuestro país hablan de poner en marcha estrategias que tengan como objetivo la conciliación laboral y profesional de las y los periodistas y de desarrollar herramientas para dotar a las y los profesionales de mecanismos para introducir la perspectiva de género en sus informaciones mientras obvian, todos ellos, realizar una profunda reflexión sobre dos cuestiones clave: la paridad de género en los programas y la imagen de las periodistas que se genera en los mismos.
Si bien es cierto que existen multitud de trabajos de investigación en el ámbito académico que han estudiado de manera concreta qué imagen de mujer difunden los mass media, no es menos cierto que se echa en falta investigaciones destinadas a analizar qué ocurre en esos mismos medios con la imagen de las profesionales que trabajan en él, que se difunde y que crea imaginario colectivo. Hay que poner en valor, eso sí, el esfuerzo que algunas empresas mediáticas y periodistas han realizado y realizan en pro de la igualdad de género en los mensajes periodísticos, en el uso de fuentes de información femeninas y en el cuidado a la hora de tratar temáticas especialmente sensibles como la violencia machista. Esfuerzo que, en ocasiones, tiene más que ver con la buena intención y con la voluntad de querer hacerlo bien que con la concienciación y la sensibilización del medio y de sus trabajadoras/es y con la sistematización de mecanismos que, de forma permanente, encaminen a quien se encuentra en los órganos de dirección y en los espacios de toma de decisiones de los medios de comunicación a aplicar la perspectiva de género de manera transversal a lo largo y ancho del medio, incluyéndola también en la práctica profesional de los/as periodistas. Sería inadecuado destinar recursos para incluir dicha perspectiva sólo al producto periodístico si los medios de comunicación continúan favoreciendo una imagen de mujer periodista estereotipada que no beneficia a la profesión y que crea una imagen distorsionada de la labor que realizan denostando, de esta forma, a la profesional periodista. Además, se negaría una realidad importante que necesariamente debe variar: la falta de igualdad de oportunidades y de reconocimiento en el ejercicio de la labor periodística entre hombres y mujeres.
Las investigaciones que aúnan los conceptos de género y medios de comunicación han estado tradicionalmente dirigidas a estudiar el producto informativo en toda su extensión (contenido, estructura, lenguaje…) desde la perspectiva de género.
Otra línea de investigación de aparición más tardía, pero que ha sido muy recurrente en los últimos años, ha sido la de estudiar la organización y/o el organigrama empresarial de los medios de comunicación dirigiendo la mirada al conocido como techo de cristal o a las condiciones laborales de los y las periodistas. Sobre este último concepto, se ha profundizado mucho sobre la figura del periodista y sus condiciones de trabajo, pero muy pocas veces se ha disgregado esta cuestión por género para abordar de manera concreta y específica la situación laboral y profesional de las periodistas.
Dicho esto, es oportuno señalar que a lo largo de estos años no ha habido una tradición investigadora relacionada con la imagen de la mujer periodista que estudie la manera en la que ésta influye en la propagación de estereotipos y en el mantenimiento de la desigualdad de género en la profesión.
Se perciben como, en ocasiones, la igualdad de género es considerada únicamente una cuestión de representatividad (mismo número de mujeres que de hombres). Y éste es uno de los problemas a los que nos enfrentamos que, por el momento, carece de solución, al menos cuando hablamos de igualdad de género y medios de comunicación: cuantificar y medir qué roles, qué informaciones y qué tipo de acceso tienen las profesionales a espacios de debate, opinión y política (espacios de calado informativo) para determinar de una manera real y certera qué papel está cumpliendo la mujer profesional en cada uno de los espacios informativos y de entretenimiento de una televisión.
En este sentido, es muy habitual que dentro de las televisiones los y las profesionales que trabajan en ellas no perciban diferencias notables ni en el reparto de funciones ni en el manejo de temas, argumentando que una amplia mayoría de las personas que trabajan informando, son mujeres, por lo que entienden que hay un equilibrio en cuanto a la presencia y/o representatividad de las mujeres. Pero cuando se habla de físico, las reflexiones giran 180 grados y se tiende a pensar que se está generando una tendencia en la televisión relacionada con una sobrerrepresentación de mujer con un físico determinado, algo que ocurre de manera generalizada en la mayoría de las televisiones. Por tanto, resulta indispensable preguntarse si tener un buen físico para trabajar delante de la cámara en televisión es una condición que también se le exige al hombre.
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