En enero de 2017 la revista National Geographic publicaba un reportaje sobre el presente del ave Passer domesticus (el gorrión común) en el que señalaba que la organización SEO/Birdlife había apreciado una disminución de su población de 12 millones en tan solo un año en nuestro país. El decrecimiento en el número de gorriones de las principales ciudades del mundo se ha disparado alarmantemente en los últimos tiempos. Los ornítologos lo sitúan en el contexto de la contamimación atmosférica y del cambio climático que estamos sufriendo. Además, las últimas estimaciones confirman que su desaparición en el conjunto del continente europeo supera el 60% de ejemplares en tres décadas.
Grupos de científicos alertan sobre estos datos, afirmando que éste es, sin duda, un signo más de la fase crítica en la pérdida de la biodiversidad, y de la imposible subsistencia que muchas especies de fauna y flora encuentran en sus propios hábitats. Sólo baste recordar que en los incendios acaecidos en Australia a principios de este año 2020 se calcula que pudieron morir directamente por el fuego más de 480 millones de animales.
Se ha hablado mucho de un nuevo Armagedón animal que se puede estar produciendo, acelerado en los últimos cincuenta años, por las nuevas condiciones climáticas, las especies invasoras que desequilibran los ecosistemas y el efecto del ser humano. Tras las anteriores tres grandes extinciones -la de los dinosaurios es la más conocida-, podemos estar presenciando una desaparición progresiva, pero a marcha de crucero que, primeramente estaría acabando con las especies más diminutas (insectos y algas) y finalizará con las más grandes y extendidas. Desde hace tiempo, entomólogos de todo el planeta están constatando, con la mera observación, el descenso del número de insectos, cada vez más evidente en parajes de los cinco continentes.
Para conocer la magnitud de lo que sucede hemos de adoptar una postura receptiva. Para movilizarnos tenemos que conseguir que nos afecte. Para dar pasos debemos interiorizar el drama de lo que estamos viviendo. Para creer en el futuro hemos de personalizarlo en las generaciones a las que dejamos este planeta. Si no estamos informados estas actitudes no se generalizarán nunca, ni nos emocionará lo que hemos conocido, ni comprenderemos por qué es tan grave lo que está sucediendo, ni daremos pasos hacia un compromiso real que inevitablemente debería cambiar nuestras vidas para dejar de mirar en corto.
Deja una respuesta