La mariposa Parnassius apollo es una especie muy peculiar porque es una herencia de la última glaciación. Hace 18.000 años descendió desde el polo hasta nuestras latitudes para su propia conservación y hoy la vemos en zonas de montaña donde ha configurado su reducto. En la península ibérica, es frecuente encontrárnosla en verano en cordilleras y macizos –en los Pirineos o en otros sistemas montañosos– a partir de unos 1.500 metros.
Desde niño recuerdo nuestras excursiones familiares por la Sierra de Aizkorri o de Aralar (Gipuzkoa) contemplando e identificando por sus nombres estos preciosos insectos del orden de los lepidópteros. Un entretenimiento que siempre hacía más amena la marcha y menos costosas las rampas de ascensión a cualquier cumbre. Hoy todavía sabría citar unas cuantas decenas de estas especies por su denominación científica: Papilio machaon, Colias croceus, Iphiclides podalorius, Maniola jurtina, Pyronia tithonus, Vanessa atalanta, Artogeia napi…
Desde hace algún tiempo se viene alertando desde instituciones científicas y de protección de la naturaleza sobre la alarmante reducción de las poblaciones de insectos en todo el mundo. El Centro de Investigación de la Biodiversidad y el Medioambiente del University College London ha certificado últimamente esta disminución. Tanto el cambio climático como la agricultura intensiva en zonas tropicales está entre las principales causas.
Tal y como señalan los investigadores Tim Newbold y Charlie Outhwaite (Nature), si no se preservan estas regiones –en las que viven gran parte de la población global de insectos– del uso masivo de productos químicos y se da cierta protección a sus hábitats, seguramente estaremos asistiendo al declive casi definitivo de los insectos. Los insectos son piezas claves de la cadena trófica y generan otros fenómenos fundamentales en la naturaleza (por ejemplo, la polinización).
Con frecuencia tomamos parte en campañas de protección de la fauna y la flora (ballenas, mamíferos, masas arbóreas, océanos…) más visibles. Este hecho es muy positivo porque nos involucramos con el problema y nos hacemos responsables del entorno y del medioambiente. Pero, paralelamente están sucediendo otros procesos intervenidos por el ser humano que están pasando desapercibidos y que están generando un daño ecológico más nocivo de lo que nos pensamos.
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