
Foto: Enara Murua, Judith Pescador y Lidia Rodríguez (estudiantes de Trabajo Social, Universidad de Deusto-Donostia)
La ciudad no los ve. Quedan difuminados en el paisaje urbano. Normalmente a ras de suelo, mendigando, dormitando, arrastrándose, pasan desapercibidos para el común que transita por el cemento. Indiferentes para tantos hombres y mujeres cargados de grandes bolsas o vociferando a través del smartphone sobre el último dispositivo tecnológico o la última prenda aparecida en esa boutique de la clase media.
Y ellos siguen ahí. Sólo los ven los niños, porque se los encuentran a su altura y les interpelan con la mirada. Porque los niños no tienen barreras ni corazas. Porque los niños se lo preguntan todo e irán de inmediato a donde su madre a preguntarle qué hacen sentados en el suelo con un cacito con unas cuantas monedas. Los invisibles habitan en nuestras calles, son el deshecho de nuestras sociedades opulentas y dibujan el rostro de la pobreza extrema en las urbes del derroche y la ostentación. Esta fotografía representa muy bien el drama, porque al efecto del invisible se le suma la metáfora del sumidero, por donde de verdad se escapa ese desecho que la gente no quiere ver.
Imagen cedida por el II Premio de Fotografía «Procesos de exclusión e inclusión social»
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