Las mañanas en Zúrich son muy frías en invierno. En la ciudad del dinero, de los bancos y del chocolate se encuentra la sede central de la FIFA, la organización que gobierna el futbol mundial. Y este señor que aparece en la fotografía ha sido su presidente hasta hace unos meses, justo hasta tres días después de salir reelegido. Joseph, de 79 años, parece un hombre bonachón que el día que ofreció su ultima rueda de prensa hasta hoy se presentó con apariencia desgarbada y con una tirita en su cara tras haberle extirpado un lunar. Siempre sonriente, este funcionario de la FIFA desde hace cuarenta años y su máximo mandatario desde casi veinte, ha campado a sus anchas, ha hecho y deshecho todo lo que caía en sus manos, incluida la designación de sedes de mundiales al margen de factores estrictamente deportivos, y ha movido ingentes cantidades de dólares provenientes de los derechos publicitarios y de televisión.
Las acusaciones que recaen sobre él son graves y por eso el Comité de Ética de la FIFA lo expulsó al considerar que no había una razón creíble para el supuesto pago de 1,8 millones de euros que había realizado a su amigo Michel, el hasta entonces presidente de la UEFA. Michel y Joseph, Joseph y Michel, protagonistas de un sainete dramático que es en el que vive el fútbol profesional desde hace décadas. Un espectáculo de masas que no persigue el crecimiento cultural o deportivo de los pueblos sino más bien la búsqueda de paraísos terrenales desde los que generar riqueza a los mismos y con la misma rapidez (Estados Unidos, Sudáfrica, Brasil, Rusia, Qatar…). Joseph, Michel, Ángel María… ¿Deporte? ¿Quién habló de eso?
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