La política hace tiempo que ya no se dirime en los parlamentos ni en los foros públicos convocados en los auditorios urbanos. Hace ya años que la política se decide delante de las cámaras de televisión y en las pantallas de nuestros dispositivos tecnológicos. Desde que el 26 de septiembre de 1960 Nixon y Kennedy se enfrentaron en uno de los primeros debates televisivos, la política cambió. La impresión que obtuvieron los espectadores de aquel debate era que el ganador había sido Kennedy, mientras que para los radioyentes fue Nixon el más convincente. La imagen de un candidato joven, con una estética más catódica que su rival, venció a la sobriedad y el discurso pausado del republicano.
Las negociaciones para la formación del gobierno español están poniendo de relieve que más vale un mensaje mediocre, aunque corto y con gancho, con un atuendo adecuado y algún gesto de cara a la galería, eso sí, siempre delante de las cámaras, que una negociación en profundidad sin luces ni cámaras en la que se hable de todo y se pacte sobre el verdadero futuro que espera a toda la ciudadanía. En estas idas y venidas que están protagonizando los cuadros de los partidos políticos, los hitos que salpican cada semana nos muestran únicamente las intervenciones públicas delante de las cámaras de cada una de las formaciones.
Hace doce años TVE empezó a emitir el espacio de debate político “59 segundos” y con él se abrió la veda a la política, que recuperó su sitio perdido en el prime time. Después llegaron otros muchos y hoy se ha generalizado la tendencia. Varios de los candidatos de los partidos que hoy negocian su presencia en el gobierno en la primera línea se dieron a conocer y configuraron su marca personal bajo los focos de los platós de televisión. Este fenómeno, entre otras cosas, ha logrado dos consecuencias destacables: colocar la discusión política en la agenda y atraer a un público más joven, hasta ahora alejado de ella, pero también ha conseguido banalizar el debate político hasta convertirlo en un espectáculo en el que se pugna por las audiencias y por el minuto más jugoso. Hay momentos en los que los exabruptos pronunciados denotan un intento de los protagonistas de estos debates por figurar en los zapping o por acabar siendo el tema de tendencia en la red Twitter.
Antes de la llegada de este siglo, Giovanni Sartori (1998) ya se refería a la video-política como el fenómeno que más estaba mediando entre la política y la opinión pública, conformando la realidad desde el prisma de la imagen, desde las pantallas. El espectáculo, nunca mejor dicho, que nos están ofreciendo los líderes políticos en estos últimos dos meses no se puede poner como modelo de una negociación honesta y sincera, sino más bien como muestra de una pelea de gallos, por supuesto televisada y narrada minuto a minuto, para que no nos perdamos detalle de lo puramente estético, de lo más televisivo, de lo más efímero y hueco.
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