La instantánea de cientos de efectivos de la policía y del ejército polacos frente a las vallas de alambre de la frontera con Bielorrusia de hace pocos días sobrecoge. Es heladora. No sólo por las bajas temperaturas que está sufriendo las personas hacinadas al otro lado de la alambrada. Sobre todo, por la ausencia de humanidad que desprende. Porque refleja la carencia de todo valor sustentado en la hospitalidad y el derecho al refugio que todo ser humano posee.
Las imágenes de los refugiados agolpados en la frontera sonrojan, una vez más, a Europa. Una Unión que no está preparada para resolver este tipo de emergencias humanitarias y que, cada vez que se producen, socavan más profundamente la brecha entre sus miembros. Una alianza de países que dicen adoptar los derechos humanos y la concordia entre los pueblos como bases de su desarrollo, pero que luego reniegan de ellos y actúan de forma cruel.
Los miles de refugiados que esperan en el paso de Kuznica, o en Calais, o en el Mediterráneo, o en la isla de Lesbos a que las autoridades decidan sobre su futuro, no están sólo en la frontera con Polonia. Lo están a la vez en la frontera con Alemania, Italia, Francia, Grecia o España. Tampoco podemos olvidar la actitud de las autoridades bielorrusas en la manipulación que hacen de estos seres humanos, al convertirlos en mercancía de presión y de tensionamiento político. Una vez más, la población más vulnerable se utiliza como moneda de cambio de los conflictos y las desavenencias entre países.
El sociólogo Javier Erro Sala nos hablaba hace pocos días en un seminario organizado sobre la comunicación en crisis en la Universidad de Deusto de la “experiencia de la derrota” en la que estamos inmersos. Y señalaba: “asistimos al éxito de la posverdad y a la celebración de la destrucción pública del discurso; a la polarización política, al cierre de la diversidad y a la pérdida de los lugares de los lugares de encuentro en lo común; y a la legitimación de la solidaridad como mundo de consumo”.
Y yo me pregunto: ¿Seremos capaces los hombres y mujeres de hoy de dar la vuelta a esta situación, que por inhumana resulta macabra de raíz? ¿Seremos conscientes de lo que nos está pasando y de que todos somos víctimas de esta mirada perversa de la realidad en la que habitamos? ¿Cómo podemos denunciar estos hechos para que quien tiene la responsabilidad máxima de impedirlo lo haga?
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