Leila Alaoui era una fotógrafa de origen franco-marroquí que falleció hace varios días en el atentado que cometió Al Qaeda en los alrededores del Hotel Splendid, en la capital de Burkina Faso, Uagadugú. En esa acción fueron asesinadas otras 29 personas pero también se nos fue esta fotoperiodista que realizaba en ese momento un proyecto para la organización Amnistía Internacional. La trayectoria de esta prometedora artista había pasado por colaboraciones con alguno de los medios de comunicación más importantes del planeta como el New York Times o Vogue. El daño que cometen estos grupos contra la población civil es desgarrador, pero aún se vuelve más insoportable cuando eliminan significantes exponentes de la cultura.
A esta profesional del periodismo gráfico se le ha denominado la fotógrafa de los invisibles porque siempre que disparaba su cámara lo hacía dirigiendo su objetivo hacia aquellos olvidados cuyas historias nunca eran foco de los medios de comunicación. Su trabajo siempre estuvo vinculado a la denuncia y a la visualización de aquellos conflictos y realidades que los mass media esconden detrás de sus cotidianos contenidos que marcan la agenda a la opinión pública.
Leila Alaoui desenfocaba la realidad corriente para adentrarse en escenarios y paisajes poco comunes. Allí detenía su cámara y profundizaba su zoom para recoger todos los matices de los distintos pueblos de África. La artista era una gran promesa de la fotografía a escala global pero su muerte ha causado una gran conmoción en el Marruecos cultural y en la Francia del arte y la expresión. Cuando el pasado 15 de enero murió acribillada a balazos que le atravesaron el pulmón estaba sentada en un café junto a su chófer –también fallecido– y se encontraba centrada en retratar y dar a conocer los derechos de las mujeres en Burkina Faso.
El terrorismo se ha llevado, esta vez, a una de las más significativas representantes de la fotografía social africana, pero no podrá eliminar parte del imaginario de la realidad que nos hemos construido durante años, el poco tiempo –murió con 34– que le dio a Leila Alaoui para mostrarnos aquello que habitualmente no se nos permite contemplar.
Los que dominan esos territorios, no creen en ningún Dios, sino en el dios que ellos han moldeado.