En las últimas décadas del siglo XX, Jürgen Habermas explicó su teoría de la acción comunicativa desde la necesidad de una relación dialéctica basada en la confrontación de discursos. Para el filósofo alemán, la democracia debe estar sustentada en esta dinámica dialógica que, a su vez, propicia el consenso. Un diálogo entre diferentes agentes con las mismas oportunidades y con la misma relevancia en el debate. Pero, la elaboración de los distintos discursos viene dada tras una reflexión previa, y debe plantearse ofreciendo argumentos y razonamientos, rebatibles, pero basados en la lógica del pensamiento crítico.
Ahora, Byung-Chul Han, en su último ensayo Infocracia. La digitalización y la crisis de la democracia (Taurus, 2022) subraya con añoranza el final de la acción comunicativa. El filósofo coreano sostiene esta afirmación por la generalización de una democracia digital que convierte a la ciudadanía «capacitada» en «ganado consumista». Followers y e influencers han conseguido despolitizar la democracia porque han extinguido la esfera pública. La información circula de espacio privado a espacio privado.
En el discurso que describe Habermas se requiere de la participación del otro. La acción comunicativa que construye ese discurso está enraizada en el debate social y la argumentación que se produce en el espacio público. Pero, en la racionalidad digital, el otro no existe, ya que el proceso se centra en uno mismo. Cada uno se alimenta y retroalimenta de sus propias ideas, generando burbujas individuales de «autopropaganda» y «autoadoctrinamiento».
Pero una vez más, la generación y la transmisión de la información se ponen en el foco del modelo. En la era de la información total y del big data, los utópicos de los datos ponen toda su energía en la defensa de una sociedad que se encuentra mejor protegida y servida desde el procesamiento algorítmico del big data. Es lo que, para el autor representa hoy la racionalidad digital: la confianza absoluta en una inteligencia artificial que prescinde del discurso y la acción comunicativa. Los datos nos bastan para describir y entender con la máxima precisión todos los fenómenos que protagoniza la humanidad. Y por lo tanto, los dataístas creen superada la época de la política, que se supone prescindible. La democracia da paso a la denominada «infocracia».
En el nuevo escenario, la crisis de la verdad adquiere la relevancia de una categoría excepcional, ya que el modelo y la toma de decisiones están basados en la información, pero no en la narración. Por ello, la proliferación de las fake news es un efecto colateral, pero fundamental. Las noticias falsas de hoy no son mentiras, sino la expresión de la indiferencia ante la realidad. El proceso de narración e interpretación de la realidad está sufriendo un efecto de desfactificación, de despojo de los hechos como núcleo central del discurso.
Como señala Simona Levi en su proyecto #Fake you. Fake news y desinformación (Rayo verde, 2019), para combatir la desinformación se requiere más «democracia, vigilancia ciudadana sobre lo que dice y hace el poder». ¿Y esto cómo se hace? Según Levi, «virando hacia otro modelo, basado en una redignificación de la profesión periodística y un control ciudadano democrático».
Sugerente, breve e intenso ensayo de Byung-Chul Han, que tras el último No-cosas (Taurus, 2021), profundiza ahora en un panorama que denota el declive de la democracia liberal. Un modelo político e institucional que suma dos siglos de pervivencia, pero que ve peligrar algunos de sus más sólidos pilares, basados en la opinión pública y la comunicación, acechados por la amenaza de una digitalización desmedida con sesgo capitalista.
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