Hace poco tiempo tuve la oportunidad de ver una exposición que me dejó huella. Un día Eduardo Galeano escribió uno de sus poemas sobre aquellas personas que no tenían un hueco en nuestras sociedades. En ese grupo incluía a tantas y tantas personas que deambulan por el mundo sin un porvenir, sin un futuro asegurado, sin una sonrisa inspiradora, como meros números o códigos de identificación en hospitales, fábricas o comisarias de policía. A estos los llamó «Los nadies».
Y a esas personas que se caracterizan por estar relegadas, arrinconadas, desplazadas, o simplemente excluidas de nuestros circuitos de vida el artista Antonio Soto les dedicó una exposición. Se trata de mostrar los rostros de personas, hombres y mujeres, que en algún momento de sus vidas han visto vulnerados sus derechos.
Hace pocos días conmemorábamos el Día Internacional de los Derechos Humanos. Una declaración que hoy parece antigua y caduca y que se renovó por los objetivos del milenio, y hoy por los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) en los retos de la Agenda 2030. En definitiva, con un propósito claro: que todos los seres humanos del planeta vivan en unas condiciones dignas en un planeta, nuestra casa común, que hemos de salvaguardar para las generaciones futuras.
Los 18 rostros de las personas que figuran en la exposición de Soto guardan sus historias como relatos de denuncia y de exigencia de unos derechos que ellas carecieron. En las caras de esas personas se reflejan las penurias y el desgaste de vidas destrozadas por la humillación y la pobreza, por la guerra y las atrocidades humanas… Sólo son una pequeña representación de aquellas personas a las que la sociedad ignoró, no tuvo en cuenta o no supo defenderlas de situaciones injustas.
Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca… (Eduardo Galeano)
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