(Artículo publicado en El Diario Vasco)
El sentimiento que experimenta la persona que se acerca al otro con la humildad de la igualdad es irrepetible. La fuerza que desprende aquel que ha vivido junto a los que no tienen nada material es ilimitada. El gozo de los que recorren su camino olvidándose de sí mismos y mirando al de su lado es inalcanzable. En definitiva, la acción voluntaria por el otro se convierte para muchos en la base que cohesiona una forma de vivir, una actitud de ser ciudadano, un estilo de vida.
Sin embargo, el movimiento voluntario recibe las sacudidas lógicas de una sociedad que discurre entre los vaivenes de un capitalismo atroz y un individualismo, que se convierte en la enfermedad más extendida de nuestras sociedades del Norte. El mercado, involucrado hoy en día de la manera más sorprendente con las iniciativas solidarias, es capaz de engullir desde las propuestas más progresistas hasta las más alternativas. Está preparado para ello y también para desbaratarlas cuando éstas no resultan lo suficientemente rentables. Lo solidario está de moda. Es motivo de telemaratones y enormes campañas de marketing. Lo solidario se vende muy bien. Vivimos en la era de la comunicación, la era digital, la sociedad de la información, un sistema que lo arrasa todo y que debe legitimarse a costa de cualquier valor, a cambio de convertir todo lo que toca en objeto de consumo.
En este contexto, ¿cuál es el voluntariado social que nos queda? ¿Es posible aún vivir creyendo en la utopía? ¿Se hace creíble confiar en la transformación de una partícula de esta sociedad? La respuesta es sí. Lo que aporta el voluntario en esta sociedad de la rentabilidad y del hombre light es ese punto de vista discrepante que chirría en un engranaje en el que fallan muchas piezas. Un sistema, el neoliberal, el nuestro, que mira demasiado en retroalimentarse y muy poco en servir a la sociedad que lo creó. El verdadero movimiento del voluntariado social viene a representar la nota discordante, el tronco que marcha a contracorriente en el actual torrente de la sociopolítica y de las relaciones de convivencia.
El voluntario actúa desde la gratuidad. La persona que realiza cualquier labor voluntaria lo hace con la convicción de que el tiempo empleado por los demás es un tesoro que no se consume nunca. Esta actitud va a romper con la dinámica mercantilista de forma radical. Se resquebraja, por una vez el “todo a cambio de algo”. Todo con un objetivo material. Se rompe con el componente clónico que tiene esta sociedad. Y sobre todo se lleva a cabo una acción desde el corazón. Toda acción voluntaria con este componente de gratuidad nace de lo más profundo, y lleva implícita una enorme dosis de ternura, dedicación y amor. Gratuito no significa gratis. De algo que se recibe gratis, probablemente no se extraiga nada en claro, de aquello que signifique gratuito la persona se ve alimentada sentimental y espiritualmente.
En toda acción sinceramente voluntaria debe imperar la libertad. La palabra “voluntariado” proviene del término “voluntad”, y la voluntad contiene ingredientes como decisión interior, reflexión, proceso de discernimiento, independencia. Este ha sido el gran debate desde siempre y una de las claves en el tema del voluntariado. Muchos técnicos del asunto (Joaquín García Roca, Luis A. Aranguren, Agustín Domingo Moratalla) han defendido a capa y espada una acción voluntaria íntimamente ligada al ejercicio de ese “músculo” que llamamos libertad. Si no es así, podemos estar cayendo en una acción con libertad condicionada. La práctica continuada de la libertad, aquí y en otras situaciones, es el camino más ancho hacia la felicidad interior. Un voluntariado desde la libertad y la gratuidad demuestra una actitud sincera frente al otro, abre una relación de igual a igual con el desfavorecido y acerca realidades hasta el compromiso y enriquecimiento mutuo.
La acción voluntaria aporta también a esta sociedad nuevos caminos, renovada sabiduría, y enormes dosis de imaginación al tomar postura frente a las desigualdades. El voluntario sabe apreciar la riqueza en la diferencia, el respeto a las minorías, la denuncia en las viejas relaciones paternalistas, el logro de la verdadera pluralidad. Además, disfruta con los mosaicos culturales en los que se acepta de igual forma a cada uno de sus componentes. Esta cultura de la diversidad añade savia nueva, relaciones sinceras y apertura de miras en esta sociedad fabricada a troquel en la que aquel que se sale del guión corre el riesgo de quedar excluido.
La mirada del voluntario es la que le permite observar a los que le rodean, pero sin distinción. El actor voluntario lleva por delante el objetivo de reintegrar a este “gran teatro del mundo” a los que quedaron fuera (enfermos, pobres, hambrientos, inmigrantes, presos, toxicómanos, parados, abuelos, …). Salir de su cascarón para ofrecer sendas de apoyo, posibilidades de futuro, canales de entrada a los que rebosaron del mundo, a los que fueron expulsados por el sistema, a los que nacieron involuntariamente fuera de juego. La acción social libre intenta que al excluido se le incluya, al marginado se le acepte, al expulsado se le readmita en este supuesto “mundo de unos pocos” que con esa recuperación gana en sensibilidad y en corazón.
La acción gratuita por el otro aporta un matiz de vital trascendencia en esta sociedad escéptica ante lo político y vacía de ideología. Introduce el aspecto de la dimensión política de denuncia. Cada acción se convierte, por el mero hecho de llevarla a cabo, en crítica del escenario, en grito de esperanza, en granito de transformación. La actitud activa de un puñado de ciudadanos les otorga el papel de socializadores del sufrimiento, disimulado entre los luminosos eslóganes del mercado. Les conforma en activistas de la opinión pública, hipnotizada por la publicidad. Pero sobre todo, en suma de pequeñas experiencias vivas de cambio y regeneración de nuestro mundo global. ¿Quién cree hoy en la transformación de esta sociedad injusta? ¿Qué persona apuesta por la superación del sufrimiento y las desigualdades entre las sociedades del Norte y del Sur? Sólo aquel que ha conocido el sufrimiento de un niño en Colombia, o la soledad de un anciano en una de nuestras ciudades, o quizás el mono de un heroinómano en momentos de zozobra y ha observado el cambio, la evolución, la apertura de un hilo de luz al final del túnel. El que ha vivido todo esto no puede perder la esperanza.
El voluntario que actúa desde el corazón es capaz de ver lo que le rodea y realizar un análisis crítico de denuncia. El voluntario que percibe realmente lo que le envuelve no cae en tareas exclusivamente asistencialistas y sabe llenar de un contenido más profundo su acción. El voluntario que experimenta con el valor de lo pequeño valora lo vivido como parte de la gran utopía transformadora que desea conseguir.
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