Este señor de aspecto formal pero habitualmente despeinado es el candidato preferido de los votantes republicanos en las primarias que se inician en pocos días en Estados Unidos. Además de por sus constantes exabruptos, es conocido por su machismo, por su belicismo, por su racismo y por su forma poco respetuosa de tratar a sus adversarios. En los últimos meses, este multimillonario ha logrado estar presente en los comentarios de sus rivales, incluso cuando no se encuentra in situ. Maneja los medios de comunicación, especialmente la televisión, como nadie. Y ha conseguido focalizar en él la agenda política a través de sus comentarios y reiteradas apariciones públicas.
La imagen que tenemos delante resulta desagradable porque, a pesar de capturar un momento habitual en los discursos de nuestro personaje, da la sensación de que está abroncando a alguien con toda su vehemencia. Tenemos delante de nuestro ojos a un showman disfrazado de político que se ha adaptado como anillo al dedo a una sociedad ansiosa de circo y alimentada exclusivamente a través de las múltiples pantallas. Un personaje del circo mediático que escupe tweets ajustados a los titulares de prensa o de los social media y que por algo ya fue presentador de un famoso reality show.
¿Eso es lo que busca cierta ciudadanía estadounidense cuando apuesta por él al ser preguntada en los sondeos políticos? ¿Qué les atrae de este personaje público cuando lo eligen para representarlos en su formación política o incluso como futuro presidente de su país? ¿Es sólo farándula lo que busca una parte de la opinión pública cuando se decanta por este tipo de rostros y de eslóganes? ¿Estamos sólo frente a un producto del marketing que se apagará si no consigue continuar en su camino hacia la Casa Blanca? ¿Contamos fuera de Estados Unidos con una escuela de aprendices del líder newyorkino? ¿Se ha convertido la política en otro asunto más del tv business?
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