(Artículo publicado en El Diario Vasco)
Desde hace poco más de dos años un movimiento nuevo, imaginativo y supuestamente alternativo recorre el planeta de Norte a Sur. Se le denomina “antiglobalización” y se presenta en foros internacionales como los celebrados en Seattle, Washington, Praga o más recientemente en Niza. La corriente reúne una amalgama de tendencias, ideales, y organizaciones que denuncian el tan mencionado proceso de mundialización.
Es una aberración el uso del concepto globalización para describir un proceso en el que quedan al margen culturas minoritarias, pueblos y regiones enteras de nuestro mundo. Un supuesto proceso en el que millones de ciudadanos, con los mismos derechos que los habitantes de los países del Norte a una vivienda, una escolarización o un trabajo, no disfrutan de la misma riqueza, bienestar y calidad de vida. Resulta incoherente hablar de un sistema de libre comercio del que sólo se benefician unos pocos, como en el caso concreto de la producción agrícola. Sin embargo, este proceso no es exclusivamente económico.
Desde un punto de vista social, cultural y mediático es fácilmente constatable hacia donde nos conduce la dichosa globalización. De otro modo no es explicable por qué medio mundo ha permanecido durante más de un mes especialmente atento al desenlace de las presidenciales estadounidenses, un país que cuenta con apenas la vigésimo cuarta parte de la población mundial. Ignacio Ramonet dice que este tipo de hechos confirma que sigue existiendo un dominio total y absoluto de esa cultura capitalista y neoliberal importada de Estados Unidos, aunque resulte intrascendente su lugar de procedencia.
Para Víctor Manuel Marí Sáez, la Sociedad de la Información está íntimamente ligada a esta idea de globalización y sin ella no sería posible su puesta en escena. En la era postindustrial, aquél que domina la información posee el poder. Un control que se sustenta en la tecnología digital y cibernética para poder construir un edificio falsamente mundializador. Porque disponemos de los canales, pero carecemos de los valores para poder utilizarlos. Sólo unos pocos en todo el planeta disponemos de estos medios y los que contamos con ellos tenemos con qué dialogar pero no sabemos de qué.
Hace pocos meses, Bill Clinton afirmaba que un acceso mayoritario de los países del Sur a Internet facilitaría el desarrollo a grandes masas de población. No sólo hay que dotar a estos países de instrumentos sino, sobre todo, ofrecerles la autonomía para gestionarse, informarse o desarrollarse por sí mismos sin que todo (información, recursos, ideales) les llueva desde los despachos del Norte. Lo que está consiguiendo el actual proceso de globalización es empaparlo todo de mensajes uniformes, patrones culturales del llamado neocolonialismo informativo, e imponer la aculturación y el pensamiento único. Como afirma Manuel Vázquez Montalbán, hay una oferta de estuches diferenciados al servicio del mismo contenido.
Los pueblos en vías de desarrollo deben contar con voz para decidir a quién y cómo vender lo que producen y no estar sometidos, únicamente a las órdenes que llegan de la Organización Mundial del Comercio. Esta globalización es antidemocrática porque excluye a grandes sectores de la humanidad. Y aunque en el nuevo siglo las decisiones habrán de consensuarse entre todos, las que se han adoptado hasta la fecha carecen de una representatividad mínimamente legítima. Hoy se emprenden muchas medidas desde los centros de poder del Norte, no como concepto geográfico, sino como idea que aglutina a aquellos que poseen la supremacía económica, cultural y social.
Para reivindicar estos valores se han reunido grupos ecologistas, comunistas, anarquistas, pro-Derechos Humanos, organizaciones de solidaridad, sindicalistas, en defensa de la mujer, etc. Este movimiento, que a muchos retrotrae, con sus diferencias, al mayo del 68, corre algunos peligros que se deben contemplar para lograr una mayor efectividad:
El primero, la amenaza de caer en el circo mediático: Las grandes agencias de información y las cadenas “todonoticias” de los países del Norte se han hecho eco de las movilizaciones llevadas a cabo, sobre todo en Seattle y Praga. Informaciones en las que pesaba más la protesta callejera que el análisis de las verdaderas reivindicaciones. Televisiones, con la CNN a la cabeza, que priman casi siempre una imagen impactante y fugaz sobre un debate sosegado y reflexivo. De personajes como el francés José Bové, condenado por la justicia francesa a tres meses de cárcel por el ataque a un McDonalds, se extraen dos conclusiones. Que ha hecho posible que este movimiento salte de forma rápida y enérgica a los medios, pero que haya trascendido sólo el espectáculo y la anécdota, frente a los que los “mass media” se muestran muy ávidos.
El riesgo de no acudir a las causas de los problemas: A lo largo del año saltan a la luz pública innumerables temas que se diluyen entre otros muchos por no estar lo suficientemente canalizados, improvisarse o carecer de una base teórica sólida. Y desaparecen de la misma manera que aparecieron. ¿Estamos delante de un movimiento que peca de excesivo escenario pero escaso guión? No podemos quedarnos en la mera denuncia de lo establecido. Hemos de imaginar, crear y recrear un escenario factible que aporte soluciones. La clave de un movimiento innovador se encuentra, sobre todo, en los caminos que plantea.
En tercer lugar, la mezcla desordenada de intereses diversos: El carácter de las protestas y de los grupos implicados es cada vez más variopinto y numeroso. Se reclaman del mismo modo los derechos de la mujer guatemalteca, la lucha contra las multinacionales instaladas en Francia, la denuncia de la caza de la ballena o la defensa de los pueblos indígenas de Chiapas. Esto puede acarrear una anarquía de intereses y de mensajes que no favorezca en nada el resultado final de la protesta. Podemos estar perdiéndonos en pequeñas batallas sin llegar a la opinión pública con un único mensaje homogéneo y contundente.
Y por último, la absorción del movimiento por el sistema: El neoliberalismo tiene la curiosa habilidad de convertir todo lo que toca en oro; tendencias, ideales, modas, cultura, etc. Lo ha hecho con la ecología, lo está haciendo en este momento con la solidaridad, y en un futuro no muy lejano es posible que lo haga con este movimiento antiglobalización. El sistema engulle cada tendencia dándole la forma e imagen que le conviene en cada momento. Cada nueva creación, por muy alternativa que se presente, es revertida a favor del propio mercado (marketing solidario). Las consecuencias son inmediatas. Los valores que sustentaron las diferentes tendencias quedan prostituidos y pierden su esencia, y por lo tanto sus efectos.
Organizaciones como la Plataforma Hemen eta Munduan, que trabajan en Euskadi contra esta globalización, llevan realizando desde hace algún tiempo un interesante trabajo en favor de los derechos de todos los habitantes de nuestro planeta. Sería importante no perder el horizonte transformador y fijar bien el camino por el que vayan a discurrir las próximas acciones, siempre en el marco de una reflexión más profunda de cara a esa utopía que es la erradicación de la injusticia.
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