Podría parecer una escena del museo de cera compuesta por personajes con cuerpos erguidos y sonrisas plastificadas delante de un decorado. Da la sensación de que estas siete personas son los invitados a una boda y no se percibe en sus rostros ningún gesto de preocupación, sino más bien muecas de displicencia hacia lo que les rodea, como si no fuera con ellos. La luminosidad de los rostros en el declinar de la tarde envuelve la atmósfera de esta secuencia estival.
Hay ocasiones en las que a uno le resultan repugnantes las imágenes y los hechos que contempla. Quizás, porque no les encuentra explicación humana convincente o, tal vez, porque las personas que protagonizan esa instantánea se sitúan a años luz de lo que uno siente o cree sobre lo que cualquiera moralmente puede hacer para que este mundo vaya un poco mejor, y eso indigna profundamente. Más aún, cuando uno considera que los protagonistas de dicho acontecimiento son conscientes de ello pero anteponen su propios intereses, o los de los grupos a los que representan, a los del común.
Es verdad. Podemos pensar que ellos son los elegidos por sus formaciones políticas para presentarse a unas elecciones, y a su vez sus conciudadanos son los responsables de haberlos elegido. Pero a lo largo de este tiempo, son tantos los ejemplos que constatan la ineficacia y los movimientos hipócritas de sus políticas que son muchas las injusticias generadas o potenciadas de las que se les puede achacar.
Este fin de semana se ha desarrollado muy cerca de nuestra casa la cumbre del G7 de este verano que, a invitación del presidente francés, se ha vivido en la localidad de Biarritz. Al margen del despliegue policial y militar y del gasto que ello que supone, de los trastornos que ocasiona en un momento de “operación retorno” a los miles de conductores que atraviesan la frontera y del foco de atención sobre un encuentro que supuestamente aborda, de modo oscurantista, los principales asuntos de la agenda internacional. El planeta vive momentos de acuciantes problemas que van a pasar de largo por delante de los siete mandatarios de los países más industrializados. El cambio climático, la desigualdad, los derechos humanos o la situación de la mujer serán pura anécdota para los siete líderes que controlan el 40% del PIB mundial.
La ciudadanía está cansada, y diría que desilusionada con esta clase política. Pero las alternativas que se le presentan vienen cargadas de odio y de mensajes simplistas que alimentan el enfrentamiento, el desasosiego y el desencanto. La participación política se ha desplomado en todo el mundo, y cuando se incrementa, lo hace a costa de campañas de marketing político basadas en la mentira y la inyección de odio contra el otro. Imágenes como las de Biarritz no ayudan a solventar los grandes retos del planeta y acrecientan la decepcionante sensación que posee la gente de los políticos.
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