(Artículo publicado en Loyola Media)
El premio Nóbel de Economía en 2008 Paul Krugman afirmaba hace pocos meses en una televisión que el surgimiento de una nueva burbuja, por ejemplo con las energías renovables, podría convertirse en un revulsivo económico de urgencia que paliara los efectos inmediatos de la crisis, aunque a largo plazo volviéramos a pagar sus efectos. Según se desprende de sus palabras, las consecuencias de esta gran crisis que padecemos desde 2008 no parece que hayan tenido demasiada resonancia en la conciencia moral de los grandes gurús o de los verdaderos beneficiarios de las pasadas burbujas, tecnológica e inmobiliaria.
¿Dónde están los que afirmaban hace año y medio que ésta no era una crisis cíclica sino de modelo? ¿En qué quedaron aquellas reflexiones que proclamaban la defunción del capitalismo como sistema de juego? ¿Cómo acabarán las vociferadas medidas que se pretendían adoptar desde los Estados para regular el sistema financiero, o por lo menos acotar las desorbitados incentivos de los directivos en las grandes empresas transnacionales? ¿Dónde está la ingente cantidad de millones de dólares, o de euros según se mire, que extrayéndolos de las arcas públicas, depositaron los gobiernos para rescatar entidades financieras que hoy siguen obteniendo pingües beneficios en su cuenta anual de resultados? ¿Qué cambio de actitud podemos visualizar en la actuación de los bancos en pos del préstamo a empresas y particulares en el último año?
Ni se han tomado medidas para erradicar los paraísos fiscales, ni se han puesto cortapisas a la especulación, ni se ha incentivado la producción, ni se han adoptado decisiones que limiten el poder de los brockers en el casino de las finanzas, ni se han controlado los préstamos puestos en bandeja de las entidades financieras, etc., etc., etc…
Sin embargo, en los últimos tiempos la ruleta de las medidas prodigiosas que van a salvarnos de la crisis ha dado un giro de 180 grados y ahora se coloca frente al eslabón más débil de la cadena. Mientras el sector financiero y más conservador permanece indemne y proclama una bajada de los impuestos y menor gasto público. Mientras a los que se acusó de ser instigadores de la crisis se marchan de rositas de la escena. Mientras el pastel de los beneficios retorna a sus nichos más tradicionales, las medidas se centran en el colectivo de los trabajadores. Se vuelve a poner en cuestión la edad de jubilación, las pensiones se llevan a la mesa de negociación con una ruptura tácita del Pacto de Toledo, y cómo no, los EREs se multiplican amparados en la coyuntura de crisis. El sector más desamparado siempre lo fue y siempre lo será. El sector más vulnerable no posee los resortes necesarios para enfrentarse a esta situación, y encima casi siempre sale perdiendo.
A estas alturas hemos de olvidarnos del cambio de modelo, hemos de abandonar la idea de que aquellos que han llevado a cabo acciones fraudulentas van a pagarlas, hemos de pensar que lo vivido ha supuesto sólo un primer capítulo de una recuperación que va a tardar en llegar pero en la que los que más van a sufrir son los que menor responsabilidad tuvieron en el desaguisado. Aunque la visión no sea muy populista, hemos de recordar que en algunas batallas siempre acaban perdiendo los mismos.
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