En las recientes fiestas de San Fermín se han denunciado más de cinco casos por agresión sexual contra mujeres que disfrutaban en la calle. Además, se han constatado otros tantos intentos no denunciados. Por este motivo, casi veinte personas han sido detenidas y puestas a disposición judicial acusadas de dichos abusos. Probablemente, un ínfimo porcentaje de todo lo que allí pasó. El de Pamplona es uno de tantos ejemplos cercanos en los que las fiestas patronales de una localidad se convierten en la excusa, confusa y alterada por el alcohol, que disimula muchas de las actitudes machistas con que esta sociedad convive cotidianamente. Por suerte, y aunque sea un pequeño haz de luz en el mapa de la lucha contra el machismo, la respuesta de la sociedad navarra está siendo cada vez más contundente y rápida. El asesinato, el 6 de julio de 2008, de la irunesa Nagore Lafagge en plenas fiestas de San Fermín marcó una frontera en la reacción popular e institucional contra la violencia sexual.
Pero estas actitudes son sólo la punta del iceberg de una atmósfera que se respira en los institutos y en las escuelas de nuestros pueblos, que se destila en los espacios de mayor audiencia de la televisión y que se retwittea en alguno de los vídeos y “memes” más viralizados de los últimos meses. El machismo está impregnado en la política y sus inercias, en las empresas y sus múltiples techos de cristal, en las formas adoptadas de conciliación familiar y laboral, y en la vida social –sus costumbres, sus chistes y sus gracias chuscas y caducas que se repiten como si el tiempo se hubiera detenido en las películas del landismo, o de Esteso/Pajares–.
Me preocupa la huella que genera en nosotros el imaginario de una mujer que sigue cosificada para el cine que mayoritariamente vemos. Me extraña a estas alturas la escasa estela de la mujer en cualquier deporte de élite masculinizado para el espectáculo. Me cabrea el sometimiento mercantilizado de su cuerpo y su personalidad en los códigos expresivos asumidos en la publicidad. Siento asco por algunas declaraciones de personajes, tertulianos y “famosos” en platós de televisión y en columnas de periódicos amarilleados por las rancias palabras que en ellos se vierten. Es denigrante ver la figura televisiva de la mujer expuesta siempre para ser mirada por el hombre y no para informar, opinar o cantar. Y es muy triste la vulneración de su dignidad en mundos como el de la moda o el del negocio del sexo.
Estos flashes no son capítulos episódicos de otros tiempos, sino espejo vivo de la sociedad en la que vivimos, una situación que ha evolucionado pero que sigue pringada de desigualdad y de injusticia contra las mujeres. Unos signos que dejan un poso agridulce y que requieren seguir en la lucha, que traslucen algunos avances pero que mantienen abiertos muchos frentes. No cejemos ni caigamos en la complacencia. Hechos como los sucedidos en Pamplona no desaparecerán mientras la ciudadanía sigamos soportando/tolerando posturas, estrategias y escenarios como los descritos, ingredientes con los que se cocina la desigualdad día a día.
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