(Artículo publicado en Loyola Media)
Es probable que se esté tratando de un espejismo pasajero, o que todavía estemos bajo los efectos narcotizantes del chute que supuso pasar de la rancia y destructiva cosmovisión del tejano Bush a la oxigenada y esperanzadora del mulato Obama. Pero lo que no cabe ninguna duda es que la llegada a la Casa Blanca de este joven de Chicago ha marcado de forma personal, como hace mucho tiempo nadie lograba, el relato narrado por los personajes de leyenda en la escena internacional.
Ha pasado un año desde el histórico primer martes de noviembre de 2008 en Estados Unidos. Para los amantes del storytelling, denominado el arte de contar historias y muy en boga en nuestros días, Obama es el protagonista de una historia de deseos y emociones, de persuasión y convicciones, de comunicación y muy altas dosis de marketing. Para el marketing político, Obama es el producto a vender, pero para Obama el mundo es el objeto a transformar. Desde su toma de posesión, frente al Capitolio aquella fría mañana del día de San Sebastián con varios millones de personas presenciando el acto en directo y otros muchos que lo siguieron a través de la televisión e Internet, Obama no deja de batir records significativos entre los que destacan: el número de personas que asistieron a su investidura, la exorbitante cifra de contactos y reuniones al más alto nivel que mantuvo en los cien primeros días de mandato, las fulgurantes decisiones que adoptó en sus primeras semanas de presidencia y la precocidad con la que se le ha otorgado el Nóbel de la Paz por liderar la distensión global.
El polo de atracción que ha generado entorno a su persona ya se analiza en las facultades de comunicación de todo el mundo. Aunque con todas las familias presidenciales de ese país pasa parecido, lo que está sucediendo con Barak, Michelle y sus dos niñas, Malia y Sasha, nos recuerda mucho a lo ya vivido hace cuarenta años con el clan Kennedy. Se han metido en nuestras vidas, los conocemos en la intimidad, consideramos históricos cada uno de sus discursos, seguimos sus pasos jornada a jornada –cada día de los últimos 365 tiene su propia foto de Obama o de su familia– y para muchos se puede incluso afirmar que en algunos momentos del año hemos sentido ya una cierta saturación del personaje, de sus gestos y de sus palabras.
Pero lo que empezó siendo el aclamado “Yes We Can” (Sí podemos) de campaña se ha transformado en el “Yes Maybe” (Sí quizás) que hoy entonan muchos de sus detractores. El plácido sueño en el que Obama sumió a la mayoría de los ciudadanos durante los meses previos a su elección está siendo alterado por la cruda e implacable realidad de lo pragmático, de lo real. Afganistán, Irak, la reforma de la sanidad, Oriente medio, el cambio climático, Guantánamo, la crisis económica, Honduras, la fabricación de misiles por Irán o la amenaza de Corea son algunos de los temas que a modo de informes tienen su sitio en la mesa del despacho oval y amenazan con hundir al Presidente.
El sueño que se inició hace un año puede tener un brusco despertar si alguno de estos temas espinosos estallan en las manos de Obama en los próximos meses. Porque la realidad es tozuda y lo más decepcionante del problema es que las decisiones sobre esa realidad siguen estando encima de pocas mesas, en manos de pocas personas, y siempre de las mismas.
Deja una respuesta