La noche de Halloween de 1938 no se vivió como una más en la vida de millones de estadounidenses que estaban escuchando la radionovela dominical en la CBS. Orson Welles se había inspirado en la novela de ciencia ficción que Herbert George Wells había publicado cuatro décadas antes. Aquel día el pánico se apoderó, sobre todo de la mayoría de los habitantes de Nueva York y Nueva Jersey, que no habían escuchado desde el principio el espacio narrado a modo de noticiario, y creían que estaban sufriendo un ataque extraterrestre. A partir de entonces “La Guerra de los Mundos” pasó a convertirse en un hito en la historia de la comunicación moderna. Hoy se cumplen 80 años de aquel acontecimiento que, para los que nos dedicamos a la comunicación, describe de forma muy pragmática lo que estaba pasando en aquella sociedad estadounidense y explica algunos fenómenos que tendrían sus efectos, desde aquel momento, en la fórmula que los medios de comunicación emplean para llegar a la opinión pública.
Los Estados Unidos de los años 30 vivían en las postrimerías de una gran crisis económica –la del año 29– que desembocaría en la “gran depresión”, afectando a todos los ámbitos de la vida cotidiana. Un tiempo de gran angustia social en el que el paro crecía de forma desbocada y los demás indicadores no alentaban a pensar que la recuperación estaba cerca. En el horizonte, y con los primeros movimientos imperialistas de Alemania, acechaban las amenazas ante el previsible desencadenamiento de una segunda contienda a escala mundial tras la llegada al poder de Adolf Hitler. Los medios de comunicación –principalmente la prensa y la radio– se aprovechaban de esta atmósfera cargada de miedo y empezaban a abusar de las ediciones especiales o de las interrupciones en la programación para narrar algún suceso dramático.
Y mientras tanto, la sociedad de esta época había evolucionado de forma importante desde el siglo XIX, con la llegada de las revoluciones liberales y la era industrial. Una sociedad concentrada alrededor de las ciudades, con un nuevo sistema de gobernanza política (el parlamentarismo) y de influencia económica (el capitalismo). Al mismo tiempo, nace el concepto de ciudadanía y los medios de comunicación son los auténticos protagonistas de la vida pública. En este escenario, para muchos autores la opinión pública se integra en la sociedad de masas. Una representación en la que precisamente no sale muy bien parada. Algunos describen esta sociedad como irracional, que actúa por impulso y es fácilmente manipulable por los medios de comunicación. Una sociedad demasiado homogénea, dócil y pasiva, mediatizada por líderes y mass media. Para Lippmann, la mayoría de la gente representa la imagen del “rebaño desconcertado cuando brama y pisotea” al son de una clase especializada que piensa, entiende y planifica los intereses comunes. Para Ortega y Gasset, el ciudadano de este tiempo no tiene personalidad y carece de autonomía para enfrentarse a la realidad.
El impacto que generó en la opinión pública estadounidense la narración de la radionovela de Welles obtuvo una mayor contundencia en una sociedad atemorizada. Lo que constata este tiempo es el creciente poder de los medios de comunicación, sobre todo en los momentos de alto voltaje emocional de las masas. En tiempos de propaganda política y del surgimiento de la actual publicidad, la teoría de la aguja hipodérmica –o de la bala mágica– (Lasswell) explicaba el éxito de la capacidad manipuladora de los medios de comunicación, ante la actitud pasiva y vulnerable del público: la información es una bala disparada por los mass media que penetra en la cabeza de la audiencia.
Han pasado 80 años desde aquello y hoy la sociedad está más preparada, posee a su alcance una ingente cantidad de información y su avidez por el conocimiento se ha disparado. Sin embargo, ahora también vivimos momentos de incertidumbre e inestabilidad. Como señala Habermas, el debate está desvirtuado porque sigue existiendo una instancia de ciudadanos aislados, sin posibilidad de interlocución y con una escasa capacidad crítica, fácilmente manipulable. Para el filósofo alemán, el espacio público es el lugar del debate político, pero en algunos momentos se produce una importante monopolización del espacio público por parte de grupos privados que influye en las decisiones políticas de interés común. La esfera pública ha dejado de ser tal, y por contra, se ha convertido en un lugar colonizado por los intereses particulares más poderosos.
En los tiempos de la posverdad y de las fake news, ¿cuántos acontecimientos de nula credibilidad como el de “La Guerra de los Mundos” se cuentan hoy en los medios de comunicación y penetran como una bala mágica en la audiencia?, ¿cuántas veces el debate público se desvía hacia terrenos alejados del interés común y la opinión pública queda hipnotizada como el “rebaño desconcertado” de Lippmann?, ¿quiénes son hoy las élites o los líderes de opinión que conducen nuestras reflexiones y homogeneizan nuestras reacciones? Hagamos un ejercicio de búsqueda de las siete diferencias entre la sociedad de masas del periodo de entreguerras y esta sociedad de la información que nos ha tocado vivir, en la que la autonomía individual y el conocimiento están en la base de nuestra existencia. Igual no hay tantas diferencias…
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