El pasado 16 de abril la Universidad de Coimbra anunciaba la puesta en marcha de una comisión independiente para investigar las acusaciones de acoso sexual realizadas por varias investigadoras contra el sociólogo portugués, Boaventura de Sousa Santos. Esta situación se producía tras la publicación por parte dichas investigadoras de un artículo “The walls spoke when no one else would” (Las paredes hablaron cuando no lo hacía nadie más), en el que relataban diferentes casos de acoso, tiempo después de que aparecieran estas pintadas en el centro: “Fuera Boaventura: Todas sabemos”.
Aunque a los pocos días de esta publicación, el prestigioso profesor arremetió con dureza contra las mujeres denunciantes por “calumniarle y difamarle”, en el mes de junio el tono de su mensaje ha sido otro. En una carta enviada a varios medios de comunicación, reconoce haber protagonizado actitudes sexistas en el pasado, pero niega aquellas que le atribuyen las investigadoras denunciantes. Y justifica estos comportamientos inapropiados, por ejemplo, a través de la “convivencia o del lenguaje”, de aceptados por la sociedad entre las personas de su generación.
El shock que ha producido este hecho en el mundo intelectual y de la izquierda es innegable. Cuando un referente, ideológico o académico, tropieza en los mismos errores que ha denunciado toda su vida se produce un cataclismo de incoherencia manifiesta que hace resentirse toda su actividad profesional y humana de décadas. Aunque los hechos denunciados están por verificar, no han ayudado nada factores como la preeminencia de los perfiles masculinos en los órganos de dirección de las instituciones más longevas y el abuso de poder que se pone en práctica en estas atmósferas cargadas de sometimiento y miedo.
En los últimos años, figuras y referentes del cine, la música, la universidad, el deporte o la política han protagonizado episodios del mismo pelaje. Algunos más repugnantes que otros. Harvey Weinstein, Plácido Domingo, Kevin Spacey, Dani Alves, Vicenç Navarro, Woody Allen… son algunos de esos nombres cuyos procesos se encuentran en diferentes fases y que, en algún momento y supuestamente, abusaron de su poder o fama.
Pero, hay alguno de los argumentos que emplea el sociólogo portugués que requieren una respuesta más contundente. El hecho de aceptar que hubo un pasado, no muy lejano, en el que las actitudes sexistas eran aceptadas por una sociedad que no había despertado no nos exime de asumir una responsabilidad por los errores cometidos. De reconocer que hubo un pasado repleto de posturas y lenguajes que fomentaban la desigualdad, normalizados y asumidos por la mayoría. Blanqueados por nuestras propias actitudes.
Sin protagonizar hechos de acoso físico, muchos nos reíamos con chistes o comentarios machistas, racistas u homófobos que circulaban en nuestro ámbito más cercano. Una audiencia millonaria de televisión seguíamos sin parpadear los chistes y comentarios del mismo estilo de humoristas y tertulianos. Aunque no existían las redes sociales, la gran mayoría reproducíamos allá donde aterrizábamos el comentario machista y soez que habíamos escuchado la noche anterior.
Hoy celebramos el Día Internacional del Orgullo LGBT. Y en este contexto quiero colocar mi pica. Por ello, debe ser una jornada que dé pasos hacia la inclusión y la igualdad de todas las personas, independientemente de su orientación sexual e identidad de género. Sobre todo, de aquellas que han permanecido más marginadas hasta el día de hoy. Esta jornada empezó a celebrarse en 1969 en lo que se denominaron los disturbios de Stonewall. Ojalá dentro de un tiempo no tengamos que arrepentirnos de ciertas prácticas de odio, discursivas, políticas, incluso violentas, que se están cometiendo hoy contra diferentes colectivos por cuestiones de sexo o género, porque estaban aceptadas por la sociedad de nuestros días.
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