(Revista Contexto)
La relación entre las condiciones meteorológicas extremas y los incendios es cada vez más evidente. Los bajos niveles de precipitaciones, la sobreexplotación de terrenos acuosos y las recurrentes e intensas olas de calor, unidas al abandono y escasa gestión de las zonas forestales y al aumento de la intencionalidad, conllevan un incremento del riesgo de incendio, tanto en su peligrosidad como en su extensión temporal. Aunque el número de fuegos antes era antes mayor y se concentraban en periodo estival, ahora son más peligrosos y se alargan en el tiempo. Las 30.000 hectáreas de tierra arrasadas por el fuego el pasado verano en Zamora tan solo fueron un ejemplo de ello. Durante 2022 ardieron más de 310.000 hectáreas en España, una extensión superior a la de la provincia de Álava. Tres veces más que la media anual de terreno forestal quemado de la última década. Hablamos de que el 39% de la superficie afectada por incendios en toda Europa se dio en nuestro país.
Según el último informe publicado por WWF Incendios extremos e inapagables, el número anual de incendios no ha dejado de disminuir desde 2005 gracias a la persecución de los causantes, el aumento de las sentencias condenatorias y la concienciación ciudadana. Entre 2013 y 2022 el número de siniestros relacionados con el fuego disminuyeron un 39% respecto a la década anterior. Sin embargo, estos tienen cada vez peores consecuencias.
La cantidad de grandes incendios forestales (GIF), aquellos en los que arden 500 hectáreas o más, no ha parado de crecer. En los últimos diez años la proporción de GIF dentro del total de siniestros se ha incrementado en más de un 21%. Pese a que solo suponen el 0,22%, en ellos arde cerca del 40% de la superficie total afectada. Situación aún más dramática en 2022. Si en el último decenio se produjeron 21 grandes incendios de media anual en nuestro país, el año pasado […]
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