Un terrible y reciente suceso me ha estremecido profundamente. No por su gravedad, porque soy consciente de que en el mar mueren cada año miles de personas queriendo llegar a Europa, sino al intentar imaginarme lo que pudo haber sucedido. A poca distancia de la localidad brasileña de Belén, junto a la desembocadura del Amazonas fue localizada una embarcación con varios cadáveres en su interior. Con toda probabilidad, haya sido uno de tantos cayucos que salen de las costas africanas, seguramente de Mauritania, para llegar a Canarias, pero las corrientes los desvían fatalmente de su trayectoria. Según Acnur, sólo el año pasado más de 1.400 personas perecieron en su intento de llegar a Europa por mar.
La ruta canaria es una de las más peligrosas, porque los botes que zarpan del continente africano se adentran en el Océano Atlántico y pueden fácilmente perder su rumbo. En este caso, como en tantos otros, la embarcación recorrió más de cuatro mil kilómetros a la deriva hasta toparse con el continente americano. No fue el primero, ya que otros cayucos de semejantes características han aparecido flotando, algunos vacíos y otros con cuerpos en su interior, en las aguas de Brasil, Venezuela, la Guayana o el Caribe.
En 2023, la agencia Associated Press contó la historia de siete pateras que habían salido de África y habían acabado su ruta en las costas brasileñas o del mar Caribe. Todas ellas fueron encontradas con cadáveres en su interior. En algunos casos también se recuperan cuerpos flotando en descomposición que han caído al mar por la fuerza del oleaje. Las corrientes dejan desprotegidas a estas embarcaciones, que a partir de ese instante emprenden sin rumbo una ruta infernal en la que sus integrantes mueren de hambre y sed, totalmente deshidratados.
Para algunos será un ejercicio de morbo y cinismo recrear cómo fueron los últimos momentos con vida de estos migrantes sobre la cubierta de esa barca a la deriva bajo el sol del océano. Yo me inclino por empatizar con las vidas de estas personas, metiéndome en su piel y mimetizándome en su sufrimiento –lo que más puedo–. Creo que sólo así conseguimos sacudir una pizca de nuestras vidas acomodadas. Sólo de ese modo somos capaces de parar bruscamente nuestro ritmo cotidiano y mirar a nuestro alrededor, huyendo de las estadísticas frías y sin rostro.
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