Manuel Orellana es una de esas personas a las que es fácil describir y más difícil de imitar. La alegría y serenidad que desprenden sus palabras, choca con la emoción con la que narra aquello que vivió hace treinta y tres años. Este hombre salvadoreño se topó con la muerte, pero la esquivó a finales de diciembre de 1991, cuando la guerra civil de su país estaba a punto de finalizar. Una mina antipersona perdida en un terreno cultivado segó sus dos piernas, pero no impidió que conociéramos esta historia a través de su rostro y sus palabras.
Su vida y su episodio más dramático nos los contó el fotógrafo Gervasio Sánchez en la ya memorable serie de biografías golpeadas por el cruel azar de la guerra. Vidas minadas se ha convertido durante las últimas décadas en el testimonio vivo de personas, civiles por supuesto, que han sufrido el azote de estas crueles armas en todo el mundo: Sokheurm Man, Sofía Elface Furno, Justino Pérez o Adis Smajic son sus nombres.
Orellana hoy está casado y tiene cuatro hijos, y como relata en el reportaje, su mayor ilusión es que estos vayan a la universidad para romper el círculo de pobreza en el que ahora viven. Para mantener a su familia, compra tela al por mayor y confecciona camisas, camisetas y trajes de niños que vende en los mercados cercanos. La amputación de sus dos piernas no parece un obstáculo, pero la fuerza de voluntad y de superación desde el momento de los hechos han entrado a formar parte del día a día de este humilde trabajador.
La 2 de RTVE ha dedicado uno de sus capítulos En primicia a entrevistar la figura de este fotógrafo de origen andaluz, pero de espíritu universal, que a través de la imagen nos ha trasladado siempre a lugares de dolor y sufrimiento. El capítulo que se acerca a su personalidad y a su vida, se inicia en la Universidad Centroamericana, en el mismo lugar donde asesinaron a los jesuitas y recorre, junto a Gervasio Sánchez, los escenarios y la familia de Manuel Orellana.
El uso de las minas antipersona fue abolido en el Tratado de Ottawa en diciembre de 1997, pero el daño y las consecuencias de su abusiva utilización siguen presentes. En algunos países, sobre todo de Asia y África, donde los conflictos que las propagaron acabaron hace años, siguen existiendo campos minados junto a aldeas y áreas donde vive la población. A día de hoy siguen surgiendo nuevos rostros como el de Manuel Orellana, que no mueren, pero quedan mutilados para siempre.
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