Érase una vez una Europa desmembrada en el año 2032. Las elecciones europeas que se habían desarrollado dos años antes habían acelerado la salida precipitada de varios estados y la Unión se encontraba en proceso de descomposición. En esos comicios, los grupos ultras (Reformistas y Conservadores, Patriotas por Europa, e Identidad y Democracia) habían conseguido la mayoría en la cámara de Estrasburgo y habían logrado formar un frente común que dominaba todas las instituciones del viejo continente.
En el proceso de fragmentación habían intervenido, tanto fuerzas internas como externas. Desde las tripas de la Unión Europea se habían vaciado las políticas conducentes a una mejor integración de los estados miembros, extinguiendo todos los planes de solidaridad. El espacio Shengen era agua pasada, y las fronteras internas se encontraban militarizadas desde hacía algún tiempo. La mayor preocupación en la extinta agenda europea era controlar la inmigración ilegal con medidas que bunkerizaban las fronteras externas, con un gran despliegue de la flota, sobre todo en el Mediterráneo y los Balcanes.
La salida precipitada de varios países, emulaba la campaña emprendida quince años antes con el Brexit en el Reino Unido. Precisamente, porque las fuerzas de la extrema derecha ya gobernaban en España, Francia, Alemania, Países Bajos, Italia, Hungría, Portugal, Bélgica, Austria, Grecia, y volvían a hacerlo en Polonia. En todos estos países se habían impuesto en sus respectivas citas electorales, aupando al poder a Vox junto al Partido Popular, al partido de Le Pen, Reagrupación Nacional, a los ultras germanos, Alternativa por Alemania, al partido luso Chega de André Ventura… Y consolidando su dominio a Meloni en Italia, o a Orban en Hungría.
En varios de estos países se habían prohibido las manifestaciones que proclamaban la igualdad hombre-mujer o la defensa del colectivo LGTB+ ante las agresiones que recibían. Al mismo tiempo se habían derogado leyes que, en las décadas anteriores habían, promulgado el derecho al aborto o el matrimonio homosexual. Las ayudas sociales eran inviables porque los gobiernos que las concedían habían reducido drásticamente los impuestos y se encontraban sin recursos. Los centros de salud y la educación pública atravesaban momentos inciertos ante la degradación de su servicio y la escasez de personal por la falta de nuevas contrataciones.
Desde fuera de la Unión también se habían producido injerencias que obstaculizaban el avance de las escasas políticas económicas y sociales que se seguían promoviendo. China y Rusia tenían intervenidas las comunicaciones de todo el continente y la calidad informativa se había deteriorado considerablemente, con la propagación de bulos y la proliferación de ciberataques que colapsaban periódicamente los centros de poder. Un envejecido Putin había logrado controlar en 2028 todo el territorio ucraniano y había tomado suelo del Este de las repúblicas bálticas. Tras el segundo mandato de Trump, la OTAN se había desinflado y ya no cumplía su misión defensiva de Europa. Los cuatro años de mandato republicano en EEUU habían reavivado la guerra comercial con China, que desembarcaba masivamente en el accionariado de las grandes empresas europeas junto con Arabia Saudí.
Pero ahora estamos en julio de 2024 y quedan ocho años para 2032. Los laboristas acaban de arrasar en las elecciones del Reino Unido y es muy posible que, en poco tiempo, soliciten de nuevo su adhesión a la Unión Europea. En Francia, un frente republicano compuesto por liberales, socialistas y comunistas ha frenado la opción de la extrema derecha. Y en Alemania y España gobiernan proyectos progresistas. No viene mal dibujar un boceto de lo que puede ser Europa dentro de ocho años, hacer un ejercicio de prospección y proyectarlo en un papel en blanco para ser conscientes de que el futuro lo diseñamos cada uno día a día.
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