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Víctor Lapuente (Ethic)
La vida es un ejercicio continuo de confianza. Cuando compras el pan, dejas a tus hijos en el colegio, llenas el depósito en la gasolinera de la esquina o das tu tarjeta de crédito a una web del otro rincón del mundo. Y ¿en qué te basas para confiar? ¿En la ausencia de historial delictivo de la persona o empresa con la que interactúas? Si fuera así, no te fiarías de nadie.
No, la confianza se construye en algo más etéreo y, a la vez, fundacional: las expectativas que se derivan de las apariencias. Lo mismo se aplica a la confianza en los políticos – que, por cierto, está en bajos históricos en un país como el nuestro donde, además, hay poca tradición de confiar en nuestros representantes –. Estos no solo deben comportarse de manera legal y ética, sino que debe parecer que es así. Los políticos tienen una doble obligación de ser ejemplares en su conducta. Primero, por el efecto directo que tiene la falta de ejemplaridad sobre la confianza que la ciudadanía tiene en las instituciones políticas. Y, segundo y más importante todavía, porque quien se sienta en la cúpula de la pirámide social (las élites políticas, así como las económicas, culturales o deportivas), sienta ejemplo por él y por todos los demás. Piensa, cuando visitas un territorio, en qué fundamentas tu juicio sobre las gentes del lugar: en lo que has leído sobre sus celebridades y en las interacciones con las personas que ejercen la autoridad, del presidente al agente de policía.
Así que, los miembros de un gobierno cargan sobre sus hombros una invisible y frágil urna de cristal que aloja una parte notable de la ejemplaridad pública del país. Es un peso delicado y hay que cuidarlo con mimo. Por eso, por infundadas que sean unas acusaciones de corrupción, por malintencionadas que sean las sombras de sospecha que se vierten sobre un presidente del gobierno o su inmediato círculo familiar, es imperioso salir a rebatirlas.
Frente a las tenues o delirantes impugnaciones a su honor y el de su cónyuge, un presidente tiene dos opciones. La primera es mantener silencio y un escrupuloso respeto a las actuaciones judiciales, aun cuando el presidente crea que son insidiosas o incluso prevaricadoras. En ese caso […]
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