¡Qué bueno es el verano para detenerse! ¡Qué maravilla supone darse cuenta de que lo verdaderamente importante no pasa exclusivamente en nuestra ajetreada vida durante el resto del año! Es tiempo de paréntesis, no de huida desesperada. Es un momento de ser conscientes de lo que somos y dónde estamos. Es momento de disfrutar lo que hacemos, con las personas que convivimos, lo que visitamos, lo que comemos, lo que vemos…
Los psicólogos recomiendan los tiempos de calidad con nuestros seres queridos, especialmente en esta época del año. Nuestra vida acelerada impide que las rutinas cotidianas concedan espacios oxigenados con relaciones limpias y transparentes. Estamos más acostumbrados a la crispación y el desasosiego, que a la conversación sosegada y constructiva (Recuperar la conversación sosegada, octubre de 2023). Estamos sometidos a una aceleración que deshumaniza nuestras actitudes e irrita nuestras reacciones en convivencia con los demás.
Hace ya seis años, hace seis veranos, que proponía en estas páginas una reflexión semejante (Tiempos acelerados, agosto de 2018). Era en el mes de agosto de 2018, y nos quedaban por pasar una pandemia, nuevas guerras y numerosos acontecimientos que han ilustrado, para bien y para mal, nuestras vidas. Después del covid-19 llegó otra reflexión (Frenazo a nuestro tiempo acelerado, agosto de 2021). Dicen que uno es consciente de la aceleración creciente de su vida, según va viviendo más décadas. La explicación parece sencilla; un niño tiene menos recorrido vital y lo ha vivido con gran intensidad, la vida se le está haciendo más larga hasta ese instante.
Recientemente, me he topado con un libro que elogia la vida lenta y desarrolla los métodos y técnicas que han empleado algunas personas para ejercer resistencia a la vida acelerada del progreso y conseguir su emancipación. Laurent Vidal, en Los lentos (Errata Naturae, 2024) descubre a estos individuos, que poniendo en marcha distintas estrategias, han hecho frente a esta vida acelerada desde hace siglos. Un ensayo que ahonda en las diferencias con las que abordamos cada uno nuestra existencia: para unos, basada en la puntualidad y eficiencia, y a para otros, en la contemplación o la música.
Esta postura es contracultural y arriesgada porque supone romper con nuestro estilo de vida y navegar a contracorriente. Seguramente, si ahora la ponemos en práctica al cien por cien, perderíamos nuestro empleo y deberíamos emigrar a una zona rural bastante despoblada y sin conexión wifi. Pero podemos adoptar medidas intermedias que frenen nuestro ritmo frenético y se centren en lo verdaderamente fundamental, en aquello que fuéramos a hacer si supiéramos que hoy es nuestro último día en este mundo.
Aprovechemos estos tiempos, paremos, seamos conscientes y degustemos lo que vivimos como si fuera el mejor plato que estuviéramos comiendo. Aprendamos a sentir lo que nos pasa y a vivir con intensidad cada momento. El verano es una época más fácil para llevarlo a cabo.
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