Durante estas vacaciones he seguido dos fenómenos naturales que me han llamado la atención y me han dejado preocupado. El primero, el ejemplar de beluga que se ha adentrado durante casi doscientos kilómetros del río Sena (Francia) hasta morir, a pesar de que se intentó su salvamento desde un primer momento. Y en segundo lugar, la acelerada desintegración de uno de los pocos glaciares que quedan en el Pirineo y que están a punto de desaparecer. Curiosamente, durante las últimas semanas, he vivido alguna conexión personal con ambas circunstancias.
En el caso de los cetáceos, he podido asistir en primera persona a su exhibición en un famoso centro oceanográfico. La experiencia, además de espectacular por la particularidad del animal, resulta en parte inquietante. ¿Es tan necesario que estas criaturas cuyo hábitat está radicado en un clima y en un entorno ártico, con temperaturas polares durante todo el año, sean exhibidas en entornos totalmente antagónicos a su especie? El sentido de estos centros de exhibición de la fauna de otras latitudes queda cada vez más en entredicho.
Y en el caso del glaciar pirenaico de Monte Perdido, he tenido el privilegio de contemplarlo in situ desde su cara norte durante este mes de agosto. Y resulta muy desesperanzador. Aquel glaciar consistente con paredes de decenas de metros que se alzaba sobre el valle de Pineta hace pocas décadas ha quedado reducido a un escaso bloque de hielo que está a punto del colapso. Nadie quiere aventurarse a pronosticar el año de su desaparición, pero expertos de distintos centros de investigación como el CSIC no le auguran una larga vida.
Cuando te acercas a la naturaleza -en esta sección llevo dos posts consecutivos haciéndolo- puedes advertir fácilmente el deterioro que están sufriendo los distintos ecosistemas, y la fauna y flora que habitan en ellos. No se trata de ser agorero, ni de subirse al carro del «buenismo» medioambiental cuando casi todo el mundo lo hace. Es otro humilde intento de subrayar aquellos fenómenos que llevan una misma dirección y que, para los que vivimos en latitudes más templadas o alejados de la naturaleza durante todo el año, se evidencian en las pequeñas circunstancias de este verano tórrido y climáticamente extremo que padecemos. ¿Qué nos deparará el futuro próximo?
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