Cuando vi por primera vez la película Cinema Paradiso tenía 18 años. Sin embargo, fue una cinta que me llegó muy dentro. La obra de Giuseppe Tornatore fue un éxito mundial que, pasados los años, la miro con añoranza porque reflejaba una idea social del cine que hoy parece haberse extinguido. Cuando yo era pequeño ir al cine era todo un acontecimiento familiar y social.
Esta película representaba todo eso ambientado en la Italia de mediados de siglo XX. Entrar sin pedir permiso en las historias que narraba la película que estabas contemplando se convertía en una ventana infinita de sensaciones y sueños que se materializaban durante dos horas. El niño Salvatore, apodado Totó, personaliza la vivencia inocente de un espectador, convertido en fan del cine, que ve pasar las escenas más importantes de su vida y la de sus antepasados por la pantalla de aquella vieja sala.
Cada vez que mi padre me recuerda las icónicas escenas de Ben-Hur, Cleopatra, o Crimen Perfecto en la sala del cine de barrio en el que se reunían él y sus amigos los domingos por la tarde, me retrotrae a las escenas de Cinema Paradiso. Totó comprendió en el cine por qué su padre había fallecido en Rusia, tras haber sido enviado al frente como soldado italiano. Mi padre aprendió, eso sí, de forma censurada, a amar, a ver la guerra, a tratar de entender las trifulcas sociales, o a descubrir las intrigas de un asesinato.
Hace pocos días ha fallecido Jacques Perrin, actor y cineasta francés, protagonista de Cinema Paradiso y Los Coristas. Sirvan estas líneas de pequeño homenaje y sentido reconocimiento a un actor que llenó el corazón de muchos espectadores del film que se convirtió en un ícono del cine europeo. La banda sonora de Ennio Morricone todavía se escucha como fondo en muchas de las escenas que ilustran la vida italiana de mediados del siglo pasado.
Deja una respuesta